México
resurgente
Por Quincy Saul*
*Publicado originalmente en inglés en la
revista
CounterPunch con el título Resurgent Mexico (evocando
el libro de John Reed, Insurgent Mexico) el 25 de julio de 2016,
y traducido al español con permiso del autor.
el libro de John Reed, Insurgent Mexico) el 25 de julio de 2016,
y traducido al español con permiso del autor.
México está
viviendo y muriendo por los pecados de la economía global. El precio de la ropa
barata, las drogas baratas y la mano de obra barata lo pagan cientos de miles
de muertos y desaparecidos tan sólo en la última década. Desde el Norte, un
imperio proyecta sus sombras del final del mundo. Pero desde el Sur brilla una
antítesis del imperio y surge el principio del mundo como una estrella
resplandeciente cuyas cinco puntas reflejan los cinco continentes.
El mes pasado tuve el privilegio de ser un estudiante en las montañas
del sureste mexicano. Esa escuela no da títulos ni diplomas, pero ha inspirado
y transformado a millones alrededor del mundo. Esta escuela es el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional, y sus bases civiles de apoyo, cuyo gobierno
autónomo administra a aproximadamente la mitad del estado de Chiapas.
Durante las dos últimas décadas, han estado construyendo y defendiendo
una de las mejores esperanzas del mundo.
En 1994, el levantamiento zapatista despertó al mundo hacia una
reinvención de la política revolucionaria. Más de dos décadas después, sus
lecciones son más relevantes y reveladoras que nunca. A medida que atravesamos
calendarios y geografías entre el final y el principio, entre el derrumbe y el
resurgimiento, estas lecciones se quedan con nosotros más allá de la coyuntura
caótica, rumbo al horizonte holístico. He aquí algo de lo que aprendí en la
escuela; seis tesis para la regeneración de la humanidad a largo plazo.
1) La cura de la máquina feminicida es el
huerto forestal
El sistema mundial capitalista culmina en la frontera norte de México, donde el modo de producción se ha convertido en un modo de destrucción. Tres años después del levantamiento Zapatista, Ciudad Juárez acuñó la palabra feminicidio. Fue un producto de lo mismo contra lo que los zapatistas se sublevaron: el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica; un pacto neoliberal que generó un auge de explotación laboral en la frontera y, en su estela, una plaga de asesinatos. Sergio González Rodríguez describe cómo el encuentro de maquiladoras y machismo, junto con la congregación de narcotráfico y comercio de armas, ha dado luz a lo que llama “la máquina feminicida”.
La cantidad y calidad de los
asesinatos son de proporciones pesadillezcas, que resisten el razonamiento. Pero
Rodríguez pone las piezas dentro de una perspectiva histórica, económica y
política, hasta que podamos ver al hombre y al sistema tras la cortina y los
asesinatos: el capitalismo y el patriarcado van de la mano, personificados en
la figura del asesino serial cuyos crímenes no son ni perseguidos ni
castigados. “Negar el exterminio es parte del exterminio”. (Rodríguez 84.)
Podemos entender la máquina feminicida
como parte de lo que Raquel Gutiérrez Aguillar llama “las ambiciones dolorosas
y crueles —no sólo militares— de reinstalar un orden simbólico masculino
totalmente dominante y enfermo”. (Aguilar). Como ISIS, como Trump, como Putin,
como Modi y muchísimo más, la máquina feminicida en México y sus funcionarios
diversos expresan la desesperación asesina de un orden patriarcal confrontado
con sus propias contradicciones.
Lo que está matando a las mujeres en
Juárez es nada menos que un modo de producción. Puede que las políticas lo
reduzcan; puede que las burocracias ofrezcan curitas. Pero la justicia para los
muertos y los afligidos, junto con la esperanza y la dignidad para los vivos,
requieren una solución a la medida del problema. “Contra una forma sin
precedentes de totalitarismo —escribe Javier Sicilia— se hace necesaria una
forma de lucha sin precedentes”. (Sicilia)
Por suerte, el antídoto está listo, es
radical y resurgente. La cura y la antítesis de la máquina feminicida es el
bosque forestal maya. Ejemplos vitales de este antiguo modo de producción están
todavía vivos en los huertos forestales, que además son focos de biodiversidad,
a lo largo del sur de México, Guatemala y Belice. Y los zapatistas están entre
sus guardianes. Lo leí en un libro reciente y revelador titulado El huerto forestal maya de Anabel Ford y
Ronald Nigh. Aunque no mencionan a los zapatistas, conocen el territorio: “El
sistema agrícola Lakuntun […] es por tanto un vislumbre del pasado: un ejemplo
paradigmático del excelente funcionamiento de la milpa”. (Ford y Nigh, 65.)
Hacen una crónica de un calendario que se remonta a ocho milenios, cuando
poblaciones mayores que las existentes hoy día se mantenían en armonía con la
diversidad biológica y donde “el modo dominante de producción era el huerto
forestal de la milpa”. (Ibíd, 124.) También le eché un vistazo cuando estaba
trabajando en una milpa con algunos adolescentes zapatistas: no sólo el pasado
sino el futuro.
El huerto forestal produce y prefigura
todas las soluciones que necesitamos, ecológica y políticamente: produce comida
de alta calidad, regenera los bosques, evita la erosión, aumenta la fertilidad
del suelo, preserva y propaga biodiversidad, limpia y maneja eficazmente el
agua, no genera desperdicios, no usa combustibles fósiles ni pesticidas
artificiales ni fertilizantes artificiales, y retiene carbono en el suelo. Las
relaciones sociales de producción en el huerto forestal requieren asociación
libre y descentralización, lo que substituye el trabajo enajenado y la
mecanización, mediante la “intensificación de mano de obra especializada y el
conocimiento ecológico”. (Ibíd, 69.) Las consecuencias políticas del huerto
forestal fueron reconocidas por los conquistadores, para los cuales la
destrucción de las mismas fue un aspecto clave de la contrainsurgencia. [1]
Hoy, la misma lucha continúa. Es la milpa versus Monsanto y extinción masiva;
el huerto forestal versus la máquina feminicida.
2) El caracol de la cosmovisión rebasa la
velocidad de la locomotora de la historia
El símbolo
de la resistencia zapatista es el caracol. “Lento pero avanzo” es su lema y
credo. Las más altas autoridades en el gobierno autónomo civil zapatista,
conocidas como “Consejos de Buen Gobierno” están localizadas en territorios
bases llamados “caracoles”. El símbolo representa las conchas que alguna vez
fueron utilizadas para llamar a encuentros; asimismo, la espiral que representa
el tiempo y el infinito, y por último invoca “la velocidad de la democracia” de
la que se quejaron amargamente los negociadores gubernamentales de los Acuerdos
de San Andrés: todo se mueve lentamente, a la velocidad de la conversación y el
consenso, poco a poco o kun kun en
tsotsil. Lento pero seguro. Y he ahí la paradoja: en la Lacandona, en el Sur,
donde todo se mueve lentamente, la organización política parece ser mucho más
avanzada, mientras que en el Norte, en las metrópolis del mundo, todo se mueve
rapidísimo, y sin embargo, nuestras organizaciones y nuestras políticas parecen
retrógradas.
De alguna forma, ¡el caracol rebasa a la locomotora! La cosmovisión
imaginativa que toma sus metáforas de la naturaleza supera a la historia
determinista que se ve a sí misma en el espejo de la producción industrial. El
22 de diciembre de 2012, mientras 20 000 zapatistas en perfecto silencio
llenaron las calles de San Cristóbal de las Casas para anunciar el final y el
principio del mundo, la locomotora pierde la carrera. ¿Escucharon?
El calendario de la locomotora se mueve a la velocidad de la producción,
mientras que el del caracol se mueve a la velocidad de la reproducción. El tren
corre a una velocidad de años luz, artificial, que corresponde al ciclo de los
negocios, mientras el caracol se arrastra a las velocidades naturales de los
ciclos estacionarios, solares, lunares y galácticas. Y, de pronto, el caracol
se desliza llevando la delantera.
A esto se añade algo más; lo vi en una pintura en la Universidad de la
Tierra, donde se reúne la juventud indígena para aprender de todo —desde arte
hasta arquitectura, y desde tejido hasta análisis de los sistemas del mundo—:
la pintura, arrinconada en una esquina junto con otras docenas más, mostraba un
gran sol rojinaranja que brillaba por encima de árboles muertos, pareciendo
invocar la muerte por calor del planeta a miles de millones de años de este
momento, mientras la Tierra orbita en espirales hacia su fin, implorando con
letras negras en toda la parte inferior: “Hazlo ahora. El futuro no le
pertenece a ninguna persona”. El caracol no se mueve con menos urgencia que la
locomotora. Imaginen que todos nos moviéramos hacia el futuro distante con la
misma urgencia con la que lo hacemos para mañana.
3) “Los ricos son automáticamente pobres”
Estudiando
a los zapatistas, aprendemos que hay dos diferentes formas de decir riqueza en
tsotsil (una de las por lo menos cinco lenguas que se hablan en territorio
zapatista): takin y skulejal. Takin significa dinero, o más ampliamente, riqueza artificial. Skulejal significa riqueza natural,
medida en vida, en comunidad, en felicidad.
Cada forma de riqueza es producida por una forma diferente de trabajo.
Los dos verbos para trabajo son kanal,
que significa trabajo por dinero y para un jefe, individual y enajenado, y a’mtel, que ellos definen como verdadero
trabajo, colectivo y libremente asociado, su propia recompensa.
Las dos clases de riqueza y trabajo no solamente son distintas sino
antagónicas. Trabajar individualmente para tener riqueza artificial socava la
búsqueda colectiva de riqueza natural. Al hablar de las implicaciones, surgió
la cuestión de los ricos que son pobres: “¡Automáticamente no son ricos!”, dijo
nuestro maestro acerca del 1% de los más adinerados.
Este antagonismo no es nuevo en la historia mexicana. Hace más de 100
años Pancho Villa proclamó e invitó: “Las tortillas de los pobres son mejores
que el pan de los ricos. ¡Vengan!” (Reed, 74). Y estamos yendo, gradualmente,
hacia nuevas formas de trabajo y riqueza, en aproximaciones sucesivas a nuevas
teorías del valor.
Recientemente, John Holloway escribe que la gente se revela no sólo por
su pobreza sino por su riqueza: su riqueza natural, su comunidad, su dignidad,
su historia, etc., que se niegan a venderse o a someterse. Y esto se puede ver
y creer en Chiapas, donde la riqueza natural está levantándose contra la
riqueza artificial. Donde los pobres son ricos.
La vida es mejor más allá del capital y este sentido común culmina en el
hospital zapatista, donde los cirujanos también cocinan y limpian; donde se
prescriben tinturas de hierbas preparadas en el lugar junto con medicinas
alópatas; donde los doctores duermen en el segundo piso, tienen sólo ocho días de
vacaciones cada tres meses, y no reciben ningún salario, pero son felices y
están orgullosos de hacer su trabajo colectivo, debido a su conciencia y a su
amor por su comunidad. Cada semana, ahí nacen entre dos y cinco bebés, quienes
crecerán ricos en tortillas y dignidad.
4) Un ambientalismo que premedita el ecofascismo
“Lo
importante es entender que somos parte de la naturaleza, no algo aparte”,
explicó nuestro maestro tsotil. Y en un mural del edificio de junto se lee: “En
las escuelas autónomas zapatistas, los niños son educados con el espíritu y la concepción
del mundo colectivos. Nuestra filosofía es el ser humano como parte de la
naturaleza”.
Ante los espectros de un cambio climático catastrófico y la extinción
masiva acechando al mundo entero, en todos los continentes están candentes las
preguntas sobre la relación de la humanidad con la naturaleza. Pero mientras
que los zapatistas creen que somos parte de la naturaleza, otros tienen una
perspectiva bastante opuesta. Por ejemplo, el Partido Verde, el programa
ProArbol REDD y la Ley de Bioseguridad, todos los cuales expresan la ideología
dominante de ambientalismo en México. Las políticas ecológicas llegan a un
punto convergente en Chiapas, donde “las prácticas contemporáneas de
conservación de los bosques tropicales han dependido de la perspectiva
occidental: remover al elemento humano de la ecuación”. (Ford y Nigh 174.)
El resultado inevitable de una filosofía que entiende a la humanidad y a
la naturaleza como algo fundamentalmente distinto e incluso antagónicos es un
mundo donde uno debe morir para que el otro sobreviva. Ya sea destruir los
bosques para construir ciudades, o destruir poblados para preservar a los
bosques. Tal ecologismo, ya sea de buena fe o por mal gobierno, premedita y
prepara el ecofascismo.
Esta paradoja señala el camino del giro profundo que es necesario hacer
en nuestra forma de entendernos a nosotros mismos y a la naturaleza. La
antítesis y el antídoto del ecologismo y ecofascismo están muy enclavados en la
gramática y el vocabulario tsotsil y de otros idiomas indígenas en los que no
hay objetos, sólo sujetos, y en los que la humanidad es entendida como una
parte inseparable de la naturaleza. Y esto está encarnado y prefigurado en las
instituciones zapatistas de autogobierno, que reflejan al huerto forestal de la
milpa como modo de producción y reproducción.
5) El buen gobierno es natural
La
reinvención zapatista de la democracia es una de las lecciones políticas más
importantes e inspiradoras que concluyeron el siglo XX y dieron el salto de
inicio al XXI. Las Juntas de Buen Gobierno (en contraste con el mal gobierno
que caracteriza a todo el aparato estatal, desde el nivel federal al local), se
cuentan entre las únicas instituciones políticas del mundo que han
verdaderamente rebasado a los antiguos griegos: un sistema de autoridades
civiles de elección popular, rotativas y revocables, pero, lo que es crucial:
sin esclavos ni patriarcado. Los detalles son fascinantes, pero la lección más
importante, creo, es una general: el Buen Gobierno es natural. Crece al abrigo
de su suelo y su cielo local. La dirigencia se rota como las cosechas. La
diversidad es respetada y protegida. La meta es “un mundo donde quepan muchos
mundos”; los pluricultivos en la milpa y en la municipalidad.
Y más allá de los antiguos griegos, los zapatistas han ido también más
lejos que muchos en cumplir la filosofía y la profecía de José Martí sobre el
gobierno en su famoso ensayo Nuestra
América: “el buen gobernante en
América […] sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir
guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país
mismo […] El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales
del país. Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural.
Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo
autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y
la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza.”
He aquí la negación del tipo de ambientalismo que sacrifica a los
humanos, y asimismo, la negación del tipo de humanismo que sacrifica a la
naturaleza: un sistema político que es también un sistema ecológico, surgido de
una cosmovisión en la que no hay separación entre la humanidad y la naturaleza.
¿Existe un mundo para esta clase de gobierno, para esta clase de política?
Coincido con Hugo Blanco cuando dice que “los zapatistas son ecosocialistas,
aunque ellos no usan esa palabra”.
6) “¡Fue el Estado!”
El lema de
Ayotzinapa (“¡Fue el Estado!”) resuena por todas partes del espectro político.
La desaparición de los 43 estudiantes —y de los miles más que su número
representa— no es culpa de ningún individuo por separado ni institución. Ni el
Presidente ni la policía ni el ejército ni los carteles pueden ser culpados
individualmente, porque todos deben ser culpados colectivamente. Si bien se
requiere toda una ciudad para criar a un muchacho, se requiere la participación de
todo un Estado para hacer desaparecer un camión lleno de ellos. Es el mismo Estado
que hoy, en representación de la Bolsa de Valores, está movilizando a la
policía y al ejército a escala nacional contra los maestros y contra el
levantamiento popular que los respalda. Este Estado acusa a sus maestros de ser
narcotraficantes: una acusación cuya desesperación solamente es rebasada por su
ironía. Pues el mayor secreto acerca del narcotráfico en México es difundido
ampliamente con la misma contraseña: “Fue el Estado”. El lema tiene alcance
exhaustivo. Como dijo el subcomandante
Moisés a la caravana de familiares de los desaparecidos que visitó el
territorio zapatista en noviembre de 2014: “Es terrible y maravilloso que
familiares y estudiantes pobres y humildes que aspiran a ser maestros, se hayan
convertido en los mejores profesores que han visto los cielos de este país en
los últimos años”.
Y me parece a mí que la enseñanza va aún más allá. Nosotros llegamos a
Chiapas en medio de lo que parece ser una retirada de la izquierda y el retorno
de la derecha por toda Latinoamérica; lo que algunos están llamando “el
final del ciclo”. Y aún así los
zapatistas no se están retirando. Si algo parecen estar es más avanzados que
nunca. Lo cual nos conduce a preguntarnos: ¿qué es exactamente lo que está
fallando, de Argentina a Brasil y a Venezuela? Lo que está fallando, según
Raquel Gutiérrez Aguilar, es la política del poder del Estado en sí misma:
"Si se toman como punto de partida las luchas en desarrollo,
entonces puede comprender con más claridad qué es lo que se está derrumbando
hoy en día: la manera deformada y enajenada de nuestros esfuerzos anteriores,
de las aspiraciones colectivas de transporte social que nosotros mismos
desplegamos años atrás. Por lo tanto, la actual ofensiva de la derecha no es
más que la revelación grotesca de lo que ya ha ocurrido: la renovación de la
dominación del capital, organizado por la validación de la democracia
procedimental, como la emblemática —y casi única— forma de la política. Es el
final de lo que hemos logrado en la ronda anterior, y es por eso que se nos
presenta como un fenómeno cíclico, pues el circuito se vuelve a abrir”.
Muchos
movimientos revolucionarios en Latinoamérica durante los últimos veinte años
han tenido éxito precisamente en la medida en que han transformado al Estado:
constitucional, institucional, legal, estructural y subjetivamente, etc. Es
ahora ese mismo Estado que está derrumbándose en las manos de la derecha a
través de más o menos los mismos mecanismos de procedimientos con los que la
izquierda los tomó y los transformó. Solamente es catastrófico si no se puede
ver más allá del Estado como si fuera el único destino de la política, o más
allá del partido como el único destino de la democracia. Si se puede ver más
allá, y entender este momento no como el principio del final sino como el final
del principio, entonces se reabre el circuito: no un ciclo, sino una espiral.
Algo sísmico está pasando en México. Hay contradicciones fundamentales
que emergen sobre la superficie: modos de producción opuestos, ritmos y
velocidades de tiempo rivales; conceptos antagónicos de trabajo y riquezas;
formas de comprensión radicalmente distintas de la relación de la humanidad con
la naturaleza, polos opuestos de teoría y práctica política. El “México
insurgente” del que informó John Reed al principio del siglo XX recorrió la vía
revolucionaria de norte a sur y por último a la capital. Hoy, el México
resurgente puede leerse emergiendo de sur a norte, a velocidad de un caracol,
rumbo a un nuevo mundo, un nuevo calendario y una nueva geografía, más allá de
capitales. “Ya se mira el horizonte”, canta el quinto verso del himno
zapatista. La Junta de Buen Gobierno que nosotros visitamos está decorada por
dentro con una pintura japonesa e ilustrada con un pasaje del Corán, con
banderas y carteles de literalmente todas partes del mundo, todos ellos
testimonio y testigos de dos décadas de una lucha universal emprendida en bases
particulares, en los altos de Chiapas donde el mundo entero se encuentra
reflejado. Aunque mucho de los zapatistas es específico, único y particular de
s historia, de su mitología, de su idioma, cultura y geografía, ellos han
tocado los corazones y las mentes de millones de personas por todo el mundo con
su convocatoria a una universalidad subterránea que nos conecta a todos, no a
pesar de nuestras diferencias sino gracias a ellas. “Detrás de nosotros están
ustedes” prometen y presagian el lema y los pasamontañas.
“Sé zapatista donde quiera que estés”, invita e implora la Sexta
Declaración de la Selva Lacandona. Y así yo disemino estas seis tesis como las
semillas de los vientos de la Sexta, en
el espíritu de Francisco que prometió a sus estudiantes internacionales:
“Tomen esta semilla, pónganla en práctica, y pronto serán ustedes como
nosotros estamos ahora”. (Fitzwater 17).
***
Bibliografía:
La política del deseo, entrevista con Raquel Gutiérrez
Aguilar, por Verónica Gago, 18 de marzo de 2016.
Autonomy is in Our Hearts: Zapatista Autonomous
Government Through the Lens of the Tsotsil Language, de Dylan
Fitzwater, Division Three Thesis, Hampshire College, 2015
The Mayan Forest Garden: Eight Millennia of Sustainable
Cultivation of the Tropical Woodlands, Anabel Ford y Ronald Nigh,
Left Coast Press, 2015
Nuestra América, José Martí, 1891.
México
insurgente,
John Reed, International Publishers, 1914, 1969
La
máquina feminicida, Sergio González Rodríguez, traducida al inglés por Michael
Parker-Stainback, Semiotext(e), 2007.
“Los
desplazados,” Javier Sicilia, Proceso, 8 de mayo de 2016.
Notas:
[1] “El patrón centrífuga que preferían los
agricultores de milpa fue un desafío para el arte de gobernar”. (Ford y Nigh
162) Este reto se refleja en los escritos del virrey gobernante Tomas López
Medel en 1552, también citados por Ford y Nigh: “Por tanto, ordeno que todos
los nativos ... construyan casas cerca de la otra, y no deben sembrar milpas
dentro de la ciudad, sino que deberá muy limpio. No habrá arboledas, sino que
deberán ser todas destruidas ... de modo que deberán estar limpios, sin tierra
ni campos de sembrado; y si hay alguno, debe ser quemado”.
[2]
"Nadie quiere recordar que la degradación de México comenzó en el corazón
de sus instituciones […] La situación adversa de México a principios del siglo XXI
se había ido gestando desde hace algún tiempo, y se relaciona con los arreglos
del Estado para golpear a numerosos grupos criminales. Estos acuerdos, hechos a
cambio de dinero, fueron los orígenes de los carteles de la actualidad. A
partir de ese momento en adelante, el territorio mexicano está comprometido a
transportar drogas desde América del Sur [...] El apoyo de México al operativo
Irán/Contra dentro de territorio mexicano a partir de 1981 estableció el
precedente para estos acuerdos. La entrega de armas de fuego a las fuerzas
anti-guerrilla nicaragüenses a cambio de drogas para ser vendidas en el mercado
de Estados Unidos fue una operación concebida y operada por la CIA. Su socio
mexicano fue su contraparte, la Oficina Federal de Seguridad de México.” (Rodríguez,
59-60)