La
presunta guerra contra las drogas en México no es película
Por Malú Huacuja del
Toro.
Hay una razón por la cual las películas de gangsters más populares cuentan historias de padrinos legendarios
de los viejos tiempos, o de convictos que están cumpliendo su sentencia en prisión,
o de personajes ficticios. Sean Penn no
captó esa parte al publicar su entrevista con el tristemente afamado hampón
mexicano Joaquín Guzmán Loera, alias
El Chapo.
Penn y a la estrella de telenovelas Kate del Castillo no captaron esto,
pero el narcotráfico en México no es una película. No se entrevista a un
asesino serial fugitivo justo cuando está planeando su próximo secuestro y
matanza, antes de ir a la
cárcel, sin ser su cómplice… a menos, claro, que se sea tan intocable como una estrella
de Hollywood.
Durante el gobierno actual, más de 50 000 personas han
sido asesinadas (más las incontables que no reportan los gobiernos estatales
completamente controlados por los cárteles desde las altas cúpulas, como
Veracruz, Tamaulipas, Sinaloa o Chihuahua), y más de 120 000 personas fueron
asesinadas durante la denominada “guerra contra las drogas” ordenada por el ex
presidente Felipe Calderón. Estas personas no son extras de un filme de Scorcese.
El 23 de noviembre de 2011, doce personas parcialmente
calcinadas fueron encontradas en la cajuela de una camioneta en llamas
localizada en la Colonia Rosales de Culiacán, la capital del estado de Sinaloa.
Ese mismo día se encontró otra camioneta quemada en Desarrollo Urbano Tres
Ríos, con cuatro cadáveres. La cabeza de uno de ellos había sido arrojada a la
banqueta. Ese día, El Chapo conducía
libremente sus operaciones por todo el país y el mundo. Era un día de negocios normal
para el Cártel de Sinaloa, parecido a cualquier otro día de otro año, como por
ejemplo, el 2 de mayo de 2012, cuando se
encontraron asesinadas 22 personas en menos de 12 horas, o como el 21 de junio
de 2013, cuando fueron asesinados dos adolescentes, supuestamente, porque
hicieron burla del hijo de un narcotraficante en la escuela.
Así es la vida y la muerte en un tiempo que Sean Penn
califica como “estrictamente de negocios”: “El
Chapo es primero que nada un hombre de negocios, y sólo recurre a la
violencia cuando lo considera provechoso para él o para los intereses de su
negocio”, dice.
El narcotraficante lo dijo, y él se lo creyó. Sean
Penn está “decepcionado” de los periodistas actuales, pero no se tomó la
molestia de aplicar su regla fundamental de corroborar los datos.
Si así lo hubiera hecho, probablemente se habría enterado
de que, mientras El Chapo operaba
libremente como un “hombre de negocios” entre 2009 y 2012, en Sinaloa hubo 330
feminicidios, el 80% permanece sin resolverse. Ciertamente, ninguna de estas
mujeres fue asesinada personalmente por El
Chapo con sus propias manos, pero el índice de feminicidios en cualquier estado
donde hay crimen organizado es más alto que en cualquier otra parte.
El narcotráfico no se trata solamente de que unos
carteles luchan entre sí por una plaza más grande y mejor. El narcotráfico es
una cultura antidemocrática de muerte, extorsión, machismo, prostitución,
nepotismo, tiranía y humillación que permea en la vida social, política y
privada a todos los niveles, donde quiera que va. El territorio obvio es el del
ejército, la policía y los políticos sobornados, pero poco sabemos del crimen
organizado en la educación, las universidades y la investigación científica,
por ejemplo, aunque la Universidad de Sinaloa a menudo obtiene más falsas
acreditaciones —por razones obvias—, y por tanto recibe más financiamiento del
gobierno que otras en las que no rige la corrupción.
Solamente por el hecho de que el gobierno mexicano se
haya convertido en el narcotráfico municipal, estatal y local, eso no quiere
decir que los hampones narcotraficantes apolíticos debieran tomar el control de
todo el país como alternativa a la corrupción. Pero Kate del Castillo no lo ve
así. Se refirió al narcotraficante como un salvador, diciendo que confía “más”
en él que en los gobernantes corruptos. En seguida, añadió su recomendación de
empezar a “traficar con amor”, misma que, al parecer, fue entendida por el jefe de la mafia como un
permiso para ponerse en contacto con ella. Dos años después de su famosa solicitud
gorgeada [vía Twitter], resultó que
estaba tratando de hacer una película hollywoodense al estilo de Narcos sobre el capo, tal como lo
confirmó su propia amiga, la defensora de derechos humanos y periodista Lydia
Cacho.
Lydia Cacho —quien ha sido ella misma perseguida por
políticos corruptos implicados en el crimen organizado— confiesa: “Kate me dijo
que estaba haciendo una película sobre El
Chapo”. No queda claro si Lydia Cacho sabía sobre el presunto lavado de
dinero de la actriz con el criminal (lo que ahora está bajo investigación),
pero ella está ahora en contacto con del Castillo y se ha convertido en su
vocera. En una reciente entrevista con Jorge Ramos, el conductor de Univisión
(el Charlie Rose mexicano), Lydia Cacho culpa al Secretario de Estado Mexicano
y a Sean Penn por haber traicionado las “verdaderas” y puras intenciones de
Castillo, que eran, ni más ni menos, hacer una película de gangsters.
Hablé con una amiga cercana de Lydia Cacho, la autora
del libro Los demonios del Edén
(sobre pederastia y crimen organizado en el estado de Puebla). Le pregunté cómo
es que esta defensora de derechos humanos y activista estaría dispuesta a
arriesgar la credibilidad que por largo tiempo se ha ganado al retratar
inexcusablemente a la estrella de telenovelas como la víctima. La respuesta que
recibí es típica de la cultura del narco: “Porque son amigas. Probablemente iba
a participar en la película como asesora o guionista”…
Lo mismo ocurre con el laureado director mexicano
Alejandro González Iñárritu, ganador de premios Oscar, y quien fuera protegido
de Sean Penn cuando comenzó a trabajar en Hollywood. Son amigos. De modo que
González Iñárritu está del lado de Penn. Cita al famoso periodista mexicano
Julio Scherer García, quien alguna vez dijo que “iría al infierno” por una
entrevista, y quien de hecho entrevistó a otro jefe de la mafia de Sinaloa.
Sin embargo, Scherer era periodista. Contextualizaba la conversación, y
nunca percibió a los narcotraficantes como sus “salvadores”, como lo hace del
Castillo, ni como “simples hombres de negocios”. Fue el editor fundador de Proceso, una prestigiada revista de investigación
en México. Dos de sus reporteros, la veterana periodista Regina Martínez y el
talentoso fotorreportero Rubén Espinosa, fueron asesinados por el gobierno de Veracruz
que está implicado con otro poderoso cartel, el de los Zetas.
El estado de Veracruz es uno de los 10 lugares más
peligrosos del mundo para los periodistas, según Reporteros Sin Fronteras.
Citar al director de una publicación que ha perdido a dos de sus mejores
reporteros precisamente porque denunciaron al crimen organizado es un flaco
favor al periodismo.
Pero no es la primera vez que González Iñárritu cita
sin haber leído. Cuando ganó un primer premio Spirit Award por su película 21 gramos, subió al escenario junto con
el actor Sean Penn y habló a favor de la paz… nada más que citando al novelista
peruano y Premio Nobel Mario Vargas Llosa. Sencillamente no sabía que Vargas
Llosa acababa de estar en Irak como reportero “incrustado” en las fuerzas
militares para el periódico español El
País, apoyando al presidente español Aznar —a favor de Bush—, retratando a
los marinos estadounidenses como los soldados más diplomáticos y amables… Hasta
que surgió el escándalo de la tortura y abuso a los prisioneros de Abu Ghraib.
Vargas Llosa guardó silencio.
Tal como señala el artículo Hollywood y la CIA, de Ed Rampell, publicado por Counterpunch
(y traducido por mí con permiso del autor para su publicación en mi blog), el
cine puede ser una poderosa herramienta de propaganda. No obstante, en este
caso, no hay un cerebro maestro torciendo la información para apoyar a las
mafias de las drogas, sino simple ignorancia: la codicia de Hollywood y de las
telenovelas mexicanas por fin se encuentran.
Mientras tanto, los verdaderos periodistas en México continúan arriesgando y, literalmente, perdiendo la vida.
Los coquetos textos telefónicos que intercambió Kate del Castillo con el narcotraficante para arreglar una reunión secreta con Sean Penn fueron inmediatamente divulgados por el gobierno mexicano. Pero, en el caso de los 43 normalistas secuestrados y desaparecidos de Ayotzinapa, sus padres llevan más de un año exigiendo la divulgación de la comunicación telefónica y textos del Ejército y la policía municipal. Todavía no hay respuesta para ellos. No son tan glamorosos.
En la ciudad de Nueva York, el señor Antonio Tizapa, padre de uno de los estudiantes de Ayotzinapa, exige la desclasificación y divulgación inmediatas de cualquier información respecto a esas llamadas y textos telefónicos.
Mientras tanto, los verdaderos periodistas en México continúan arriesgando y, literalmente, perdiendo la vida.
Los coquetos textos telefónicos que intercambió Kate del Castillo con el narcotraficante para arreglar una reunión secreta con Sean Penn fueron inmediatamente divulgados por el gobierno mexicano. Pero, en el caso de los 43 normalistas secuestrados y desaparecidos de Ayotzinapa, sus padres llevan más de un año exigiendo la divulgación de la comunicación telefónica y textos del Ejército y la policía municipal. Todavía no hay respuesta para ellos. No son tan glamorosos.
En la ciudad de Nueva York, el señor Antonio Tizapa, padre de uno de los estudiantes de Ayotzinapa, exige la desclasificación y divulgación inmediatas de cualquier información respecto a esas llamadas y textos telefónicos.
“Cada
uno de estos estudiantes tiene un teléfono celular, y los soldados tenían
teléfonos celulares. ¿Cómo es que ninguno de sus textos y llamadas se hacen
públicos?” preguntó en una declaración pública durante una protesta frente al
consulado de México, el 26 de enero. Algo de esta información probablemente
explicaría lo que realmente sucedió en el caso de Ayotzinapa.
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