viernes, 20 de mayo de 2016

El futuro que nos bebimos en la copa de la inmediatez

Antipostales de Nueva York*
Malú Huacuja del Toro
Escribo estas líneas en una semana en que estuve a punto de ser arrestada junto con otros mexicanos al entrar a la sede de la ONU, cuando el luchador social Leobardo Santillán se dirigía a enviar una carta al presidente de la Asamblea General tras haber hecho, frente al edificio, una huelga de hambre de nueve días por los estudiantes de Ayotzinapa. Los policías, a gritos, me quitaron mi tableta y me obligaron a borrar el video y la fotografía que había tomado en el momento en que esposaron al huelguista. Quedé fichada y ahora tengo prohibido volver a visitar la ONU, me dijeron. ¿Pero en qué otro lugar podría estar cuando, en la misma ciudad en la que vivo, un compatriota hace una huelga de hambre en las condiciones más deplorables, a temperaturas bajo cero, bajo la lluvia, dispuesto a dejarse arrestar varias veces, e incluso termina en el hospital con tal de llamar la atención sobre la impunidad en México?
La causa de su protesta es el resultado de las desgracias que, en los noventa, mi generación no quiso impedir. Prefirió dejar pasar el advenimiento del narcogobierno a todos los niveles, en los tres poderes. Específicamente en el sector cultura, incluso se aplaudió la aparición del mal libro de Arturo Pérez-Reverte glorificando al narco con su inverosímil protagonista, La reina del sur, que después sería otro motivo más para lucrar con la corrupción, y cuya versión en inglés se estrena la próxima semana en formato de teleserie a través de la cadena USA. Con detalles como ése nos bebimos el futuro en la copa de la inmediatez.
Hoy ha desbordado el tiempo y las fronteras la corrupción del Fonca, el tesoro de manejo discrecional creado a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio, pese a numerosas protestas de intelectuales y artistas, precisamente para acallarlas.
Además de popularizar la distorsión conceptual que impide distinguir entre un pillo cobrador de becas y un artista productivo, los beneficiados iniciales procrearon hijos maleducados.  Para encubrir lo que cabalmente entendieron que era un saqueo, los primeros jurados se vieron en la obligación de becar súbditos, que no talentos: jóvenes a quienes debieron lisonjear de manera desmesurada para justificar ante las instituciones el ser sus “mentores”. Es por ello que de pronto vemos a un narrador solvente como Daniel Sada —formado en la era previa al Fonca, cuando los escritores realmente teníamos que labrar nuestro camino— diciendo que la novela Rabia del becario del Fonca y protegido suyo, Jaime Mesa, es “todo un acontecimiento”. Léanla para que vean a dónde fueron a parar sus impuestos y luego me explican a qué “acontecimiento” se refirió en aquel entonces don Daniel, que no fuera el de cobrar su sueldo como instructor.
Pero el tiempo pasó, el sistema no cambió, los pequeños se reprodujeron en más insignificantes, todos sabedores de su pecado original, esperando conjurarlo con personajes cínicos al estilo Álvaro Enrigue expiando sus culpas (Muerte de un instalador), pero menos depurados, con novelas sobre personajes tan sumisos como ellos o tan siniestros, o ambos (los ejemplos específicos de esto aparecerán próximamente en mi video Lo que el Fonca se llevó).
Y así llegamos al presente, en el que literalmente “cualquier artista pasado fue mejor”, parafraseando a Jorge Manrique, y con el mismo titular, Rafael Tovar y de Teresa, ahora convertido en secretario, a fin de asegurar la continuidad de los mismos beneficios para las mismas personas, sólo que 20 años después.
Diríase que 20 años no son nada, pero ya Heráclito explicó que nunca se soborna al mismo pescador en el mismo río con iguales resultados. Llega el día en que algunos de estos productos, aún con todo el poder de los políticos mexicanos, o precisamente gracias a él, se exponen en el Museo Guggenheim de Nueva York junto con artistas de otras partes del mundo. Tal es el caso de Julieta Aranda, cuyo fraude destilado a lo largo de dos décadas y presentado en una exhibición de la pasada temporada junio-septiembre en el dicho recinto, es una vergüenza para nuestro país. Lo único que alcanza gran refinamiento es el contraste entre su largo e impresionante currículum catapultado por el Fonca en una de sus épocas más corruptas, y su verdadera producción. La “pieza” titulada Saving it for later (2009) consiste en un radio FM de transistores en una pared y el sonido continuo de un electrocardiograma. Y ya. No les miento. Le saqué video para que me crean, pues sé que hay quienes piensan que exagero. Su otra “obra” es un reloj con los números desordenados, como los que se venden en las tiendas de regalos creativos: un ejemplo se puede encontrar en revolutum.com a 40 euros, sólo que más original e interesante que lo que hizo la becada.
La patraña de Julieta Aranda
Lo más curioso es que Katherine Brinson, la curadora, anuncia esta exhibición titulada Storylines como una muestra de obras creadas “para comunicar ideas sobre raza, género, sexualidad, historia y política”. Ella debe creer que basta con incluir a muchos artistas mexicanos sobrevalorados por el salinato para hablar de “raza” o de “historia”.
En cambio, a propósito de arte y política, una verdadera obra maestra se encontraba al lado de las patrañas de Aranda y otros folclóricos —cuando no lamentables— trabajos de los mexicanos. Me refiero al video To Be Continued, del nazareno Sharif Waked. En él se representa a un terrorista musulmán recitando su última declaración antes de ponerse una bomba suicida, tal como hemos visto en numerosas escenas de estos horríficos rituales videograbados, excepto porque lo que lee en árabe son Las mil y una noches.
Como Scherezada, el terrorista está postergando su muerte.
Esta obra genial, intensamente política, es interpretada por el actor palestino Saleh Bakri.
En ocasiones, la política salva al arte más de lo que se podría creer.
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Publicado originalmente en el bisemanario La Digna Metáfora en abril de 2016.

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