UNA CAMISA CON
CORAZÓN ES CONFISCADA DENTRO DE UN INDIFERENTE EDIFICIO DE LA ONU*
*Originalmente publicado en inglés en Truthout: http://www.truth-out.org/speakout/item/35662-a-shirt-with-a-heart-seized-in-a-heartless-un-building
Por Malú
Huacuja del Toro
—Aquí dentro no puedes videograbar nada —me gritó la
oficial de seguridad dentro de la caseta de recepción de las Naciones Unidas.
El ex marino mexicano Leobardo
Santillán estaba siendo esposado por otros dos encargados de vigilancia. Ella
me obligó a borrar el video y la fotografía que yo había tomado de Santillán
iniciando en el suelo una acción de resistencia pacífica, en la cual declaró:
“No me voy a ir hasta dejar la carta que traje”. Todos los turistas y
visitantes que esperaban en la fila fueron inmediatamente evacuados. Santillán
se desmayó. Cuando traté de explicar que Santillán se estaba desvaneciendo
porque está mal del corazón y no había comido nada en nueve días, la policía me
ordenó nuevamente que me callara y que me hiciera a un lado. Todos los
oficiales nos interrumpían gritándonos cada vez que tratábamos de explicar por
qué estábamos ahí. Fuimos detenidos temporalmente y nos tomaron fotografías de
nuestras caras como si fuéramos criminales.
Las fuerzas del orden que
trabajan para la organización constituida con el fin de “mantener la paz y la
seguridad internacionales” arrestaron a un hombre que acababa de pasar nueve
noches durmiendo en el Parque Katharine Hepburn enfrente del edificio de las
Nacones Unidas, aguantando los fríos vendavales del Río Este y las tormentas
por las madrugadas, para protestar por el secuestro y asesinato de los 43
estudiantes de Ayotzinapa, y contra la impunidad en México. Santillán continuaba
gritando “Ayotzinapa vive” aún cuando no podía moverse, en tanto que los
oficiales se dieran cuenta de que tenían que llamar a una ambulancia. Algunos
de ellos se burlaron de él.
—No debe estar tan débil si puede
gritar así —bromearon.
Cuando llegó la ambulancia
finalmente se me permitió hablar, pero sólo para contestar las preguntas de los
paramédicos acerca de su condición médica.
Cuando por fin dos hombres
cargaron a Santillán y lo pusieron en una camilla, apareció en el lugar otro
hombre. Tenía la autoridad de decidir qué iba a pasar: eso podía verse por la
manera como los oficiales e incluso un lugarteniente lo miraban. Fue el único
que me preguntó cuál era la causa de nuestra protesta. Tan pronto expliqué,
dijo: “Déjenlos ir”.
Si nos hubieran permitido
decírselos antes, tal vez nada de esto habría ocurrido.
La policía que me había estado
gritando me dijo que a partir de entonces yo y todos los activistas que nos
acompañaban teníamos prohibido entrar a las Naciones Unidas. Nos exigió darle
nuestros domicilios. Sacaron fotos de mi identificación oficial. Me regresaron
mi tableta pero sin la fotografía y el video en el que esposaban a Santillán.
Ya no tengo fotografías de lo que
pasó adentro de la ONU pero tengo cerebro y memorias de lo que pasó. Espero que
los oficiales de la ONU no traten también de borrarlas. Recuerdo que solamente
un representante del cuerpo policíaco tenía nombre en su placa. Recuerdo que
confiscaron la camisa de Santillán, al igual que otra camiseta con la palabra
“Ayotzinapa” que llevábamos puesta. Leobardo Santillán pasó la noche en el
hospital y cuando se recuperó lo primero que preguntó fue: “¿Dónde está mi
camisa?”. La habían firmado sus compañeros activistas y partidarios mientras
estaba en huelga de hambre. Tal vez todos esos nombres también queden
prohibidos en la ONU.
La camisa de la “discordia”
¿Por qué Santillán fue tratado como si fuera un
criminal después de entrar a la ONU para, pacíficamente, enviar una carta al
Presidente de la Asamblea General? Es difícil creer que todo se debió a una
camisa, pero eso es exactamente lo que sucedió. Dos diferentes guardias de las
puertas nos dijeron que la manera correcta de entregar una carta dirigida a
Mogens Lykketoft es consiguiendo un pase de visitante. Y eso es lo que hicimos.
Según el procedimiento normal, uno debe comprar un sobre y un timbre especial
dentro de las instalaciones para depositar una carta en un buzón designado para
tal efecto. Eso era el plan de Santillán. Nada más. Incluso estábamos bromeando
que tener dicho sistema de envíos de quejas por correo parece ser un negocio
bastante bueno para las Naciones Unidas que hacen dinero de toda la injusticia
del mundo, puesto que toda agrupación política u organización social o
representante comunitario necesita comprar los sobres y timbres especiales y
entrar ahí. Sabemos que hacer eso es sólo una formalidad; que no va a
solucionar la antigua crisis del sistema en México, pero de todas formas
quisimos hacerlo.
Parece que el “problema” fue la
demasiada solidaridad y el amor. Durante su huelga de hambre, la determinación
y valentía de Santillán, junto con su encantadora personalidad, conquistaron el
corazón de la comunidad mexicana en la ciudad de Nueva York, incluidos todos
los trabajadores mexicanos que han estado protestando por Ayotzinapa y contra
la impunidad en México durante más de un año, cada mes, frente al consulado,
así como los viandantes casuales, los vecinos latinoamericanos y empleados de
servicios que lo veían todos los días acampando en el mismo lugar. Para mucha
gente que leyó los volantes sobre la causa, que se detuvo y habló con él, su
huelga era heroica. Comenzaron a preocuparse cuando el clima empeoró y el
huelguista no se movía. Santillán hizo muchos amigos y a todos les pidió que
firmaran o escribieran con un marcador lo que quisieran poner en su camisa.
En los puntos de revisión de
entrada de la ONU, los visitantes deben quitarse sus abrigos y poner en una
charola todas sus bolsas y pertenencias, tal como hacen los pasajeros en un
aeropuerto. Lo normal sencillamente era que Santillán se quitara su chamarra.
Su camisa con las numerosas firmas atrajo la atención de un guardia.
—¿Qué es eso? —preguntó, sin
esperar respuesta—. Te tienes que quitar eso—ordenó.
—Qué es esto —preguntaron otros
policías a otros activistas que llevaban una camiseta de Ayotzinapa—. No pueden
entrar con esa camiseta”. Le dimos lo que pedían sin oponer resistencia, pero
siguieron preguntando cuál era el propósito de nuestra visita. Dijimos que
solamente queríamos dejar una carta para el presidente de la Asamblea General
de la ONU, Mognes Lykketoft, en su área de buzones, y nos dijeron que no
podíamos hacer eso, que la única manera de enviar una carta al Presidente de la
AG de la ONU era por correo ordinario o Federal Express.
—Se tienen que ir ya. Aquí no
pueden dejar ninguna carta. No pueden entrar —siguieron ordenando.
Nosotros tratamos de explicar que
dos guardias de dos diferentes puertas nos habían dicho que podíamos poner la
carta en el buzón adentro del edificio con tan sólo conseguir pases de
visitantes —lo cual hicimos—, pero ellos seguían interrumpiéndonos con que no
podíamos entrar. En otras palabras, lo que decían era: “Si haces una larga
huelga de hambre, asegúrate de no llevar puesta una camisa con muchos corazones
y firmas, pues no se te permitirá entrar al edificio de las Naciones Unidas para
enviar una carta al Presidente del ‘principal órgano deliberativo’ diseñado
para ‘preservar la paz internacional’, como dice su propia definición”.
Leobardo Santillán se negó a irse
sin entregar su carta. Se sentó en el piso e inició al instante un acto de
desobediencia civil. Yo comencé a videograbarlo. Mi video fue borrado.
“El hecho de que no conozcas las
reglas no hace legales tus actos”, dijo otro policía. Eso lo sabemos, pero
también nos preguntamos: ¿es legal que las Naciones Unidas hagan que varios
guardias den indicaciones incongruentes sobre las reglas y en seguida te traten
como criminal porque seguiste sus
instrucciones? ¿En qué momento o dónde está prohibido usar camisas con firmas
—al igual que cuando te rompes un brazo o una pierna—, para visitar la sede de
la ONU y poner una carta en una zona designada para tal efecto?
Cuando comencé a escribir estas
líneas, el huelguista seguía en el hospital, como resultado de su delicada
condición cardíaca. Por órdenes del doctor tuvo que pasar la noche ahí. ¿Era
verdaderamente necesario a causa de una camisa manuscrita y decorada con
mensajes de solidaridad? ¿Y es legal que la ONU te quite tu camisa y se la
quede?
Leobardo Santillán comenzó su
huelga de hambre el mediodía del 21 de marzo de 2016. A partir de esa fecha,
todos los días a la misma hora rendía una guardia de honor a cada uno de los
estudiantes desaparecidos. Llegó a esta ciudad a mostrar su solidaridad con
Antonio Tizapa quien es padre de Jorge Antonio Tizapa Legideño y ha estado
exigiendo durante más de un año el retorno de su hijo y de los otros 42
estudiantes secuestrados el 26 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala,
Guerrero.
Santillán exigió justicia por
otras desapariciones y masacres que son crímenes de Estado y permanecen impunes,
como Acteal, Aguas Blancas, El Charco, Tlataya y Atenco, por mencionar algunas,
así como por los asesinatos de miles de mujeres en Ciudad Juárez y otras
ciudades de México, y por los asesinatos de 19 periodistas en Veracruz.
El sacrificio de Santillán casi
pasó desapercibido por los medios de comunicación. En cambio, fue humillado y
poco faltó para que lo arrestaran en las Naciones Unidas, y tuvo que pasar la
noche en un hospital debido al impacto que le causaron.
Los corazones con letra
manuscrita en su camisa fueron demasiado visibles para una organización sin
ellos.
La camisa de la "discordia" |
Con base solo en mi mirar cotidiano, sospechaba que la ONU no es una alternativa para nada. Te leo y no doy crédito... Gracias por comunicar, Malú.
ResponderEliminarNo esperamos menos de un comportamiento ejemplar de este gran hombre. A la ONU ya le llegó la hora del silencio. Saludos. siga INFORMÁNDONOS. Gracias.
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