jueves, 4 de diciembre de 2014

Sobre la muerte de Vicente Leñero

Vicente:
         
Hoy leí este comentario sobre tu muerte y sentí tu mirada siempre generosa, comprensiva, tratando de explicarme que no debería enojarme, aunque también entendiendo las razones de mi enfado. "Adiós a un gran escritor, pero sobre todo a un hombre congruente y comprometido con las causas sociales", dice un profesor de matemáticas llamado Carlos Ruiz López. Pero no: en un desierto de letras que valgan, "lo más notable" no es tu personalidad. “Sobre todo” fuiste un prodigioso narrador, dramaturgo y guionista, y un destacadísimo periodista (como tal, a ti nadie te habría encontrado entrevistas inventadas ni poemas apócrifos, por cierto). Eso, sobre todo. El Premio Cervantes sí habría sido merecidamente para ti (antes de que quedara emponzoñado y cochambroso como ahora está), además de que eres una de las escasas excepciones del Sistema Nacional de Creadores que sí “creaba”. Pero es que eso forma parte de la congruencia. Por eso los incongruentes te negaron el Premio Villaurrutia tantos años. No, para qué te cuento: Ruy Sánchez ya se limitó a decir que eras un buen “maestro” y Taibo II ya se apresuró a circunscribirte a “pieza clave de SU generación” (que es la que importa, claro) y a rebajarte con el incongruente Carlos Fuentes. ¡Con Carlos Fuentes! Para que ni muerto vayas a brillar por lo que vales. Escucho tu risa y me imagino que a lo mejor el Dios en el que crees sí existe para algunos y sigues ahí, mirando desde ese paraíso donde con tanta calma contemplaste y compadeciste la envidia y el temor de tantos. No es la risa de Margarita, ni de Bulgákov, a quien le rindes un homenaje propio de virtuosos en A dónde puse mis lentes. Es esa risa tuya con la que les regalarás eternamente un sentimiento de culpa cristiana. Por más que hoy vayan a Bellas Artes a llorarte. Ellos saben bien por qué.

1 comentario:

  1. Mauricio Arias García4 de diciembre de 2014, 14:50

    Malú,

    Resulta que un tío abuelo que tuve era amigo de Vicente. Y una vez, durante una comida (por allí del 95 ó 96, cuando yo tenía 14 años) en casa de mis tíos, lo conocí. Mi tío le dijo que encantaba leer y Vicente se sentó a platicar un ratote conmigo.

    Un mes después mi tío sacó un libro y me dijo: "Estuve con Vicente y me dijo que te diera ésto. Dice que te va a gustar mucho." Era una copia de "Anna Karenina". Y tenía razón: amé el libro.

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