Pero las empresas que contratan las redes del señor
Zuckerberg no son las únicas que hacen esto, desde luego, ni de esa forma. Hay
muchas*. Existen, por ejemplo, los anuncios tipo “documental” en los que se
entrevista al usuario de un producto como si estuviera hablando de algo muy
serio. Y, a la inversa, se hacen cada vez más películas “documentales” que
sirven para promocionar un producto comercial o político representado en una
persona, o bien, una biopic (película
biográfica). Los resultados son invariablemente pavorosos, pero, por fortuna,
también humorísticos. Para limpiar su
criticada imagen de lo que realmente es, la corrupta y acaparadora FIFA acaba
de producir una película en la que sus campeones son los ejecutivos, no los
deportistas. Durante su campaña presidencial, Sarkozy lanzó su propia versión
de las cosas en De Nicolas a Sarkozy (La
conquête de Xavier Durringer 2011), una
película que tal vez ayudó afortunadamente
a que perdiera las elecciones el ultraderechista presidente francés. En México
no nos quedamos atrás con esfuerzos propagandísticos que carecen de rigor
periodístico, fomentando el culto a la personalidad. No digo nombres para que
no se distraigan con sus obsesiones.
En este rubro de especímenes subdocumentales se
inscriben las películas de vidas de modistos convertidos en santos… sí, como
vidas de santos, pues. No sé cómo empezó esta “tendencia”, pero supongo que
algo tuvo que ver la crítica que se hace del mundo de la moda, y con gran éxito
comercial —lo único que los modistos respetan—, en el filme El diablo viste a la moda (The Devil Wears Prada, de David Frankel con guion de Aline Brosh
y basado en la novela del mismo nombre
de Lauren Weisberger). Es una mera suposición, pero inmediatamente después de
esa película se hizo un “documental” sobre “el verdadero rostro” de la
directora de Vogue y una cantidad
nauseabunda de reality shows que se
añadió a la ya vomitiva cantidad de “documentales” sobre aspirantes a
diseñadores de modas que concursan en Nueva York.
Es decir: que estos modistos y estos editores
de revistas de modas, además de haberse hecho multimillonarios explotando las
inseguridades de las mujeres en una sociedad que las humilla y generando necesidades
de consumo artificiales para activar la economía de la desigualdad y la
concentración de recursos, son santos.
No contentos con trivializar conceptos como “poético” y “artista”, estos
personajes despóticos, de quienes todos sus empleados daban cuenta de un carácter
tiránico temible, en el fondo fueron maravillosos y marcaron un hito en la
historia de la humanidad. ¿Por qué? Nunca lo explican. Hablan de su éxito
comercial y de todos los homenajes que recibieron en vida, como si eso diera
cuenta de su calidad humana o artística. En mi opinión, todas esas películas, sin
excepciones, deberían ser quemadas, por lo menos, en un sitio de hoguera
digital. Por más que se trate de Stravinsky, yo no rescato ni Coco & Igor (Jan Kounen, 2009, aunque reconozco que Chanel tuvo una vida más
interesante que otros, pero igual fue una dictadora temible y de eso no hablan
sus películas). Tampoco me conmueven las vidas de modistos homosexuales reyes
de la plutocracia que lo único que querían era vestirse ellos y que las mujeres
fuéramos hombres (¿o ustedes creen que
la moda de las modelos hiperdelgadas, planas y sin caderas que tortura a la
mayoría de las mujeres del planeta no confiesa un deseo de sus modistos hombres
de acabar con ellas?). No me conmueven porque no soy homofóbica: yo no veo a
todos los homosexuales por igual. Sé que hay buenos y malos. Los malos están en
las cumbres del poder financiero. En ese engranaje del capitalismo que es el
mundo de la moda y sus modistos, las mujeres —modelos y usuarias— son
doblemente explotadas por los hombres que las visten: sus maridos
heterosexuales que no las pueden ver más que como sus sirvientas, y sus
modistos homosexuales que, mientras más andróginas las pongan, mejor, para que
se parezcan a sus amantes, no a ellas mismas.
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*En México, desde principios del siglo, incluso las novelas se convirtieron en arenas anunciantes de los amigos del escritor, por no hablar de la campaña del propio escritor mediante "reseñas".
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