sábado, 26 de julio de 2014

La peor moda de las modas

Recientemente, Facebook hizo encuestas a sus usuarios sobre diversos ejemplos de publicaciones, preguntando “qué tanto” éstos les parecen “anuncios”. El objetivo, aunque no confeso, era predecible: Facebook es la red operadora de empresas que buscan disimular cada vez más sus anuncios, al estilo de los subliminales en televisión. Además de hacer experimentos con nuestro estado de ánimo, Facebook hace ensayos con nuestras percepciones sobre sus objetivos velados.
Pero las empresas que contratan las redes del señor Zuckerberg no son las únicas que hacen esto, desde luego, ni de esa forma. Hay muchas*. Existen, por ejemplo, los anuncios tipo “documental” en los que se entrevista al usuario de un producto como si estuviera hablando de algo muy serio. Y, a la inversa, se hacen cada vez más películas “documentales” que sirven para promocionar un producto comercial o político representado en una persona, o bien, una biopic (película biográfica). Los resultados son invariablemente pavorosos, pero, por fortuna, también humorísticos.  Para limpiar su criticada imagen de lo que realmente es, la corrupta y acaparadora FIFA acaba de producir una película en la que sus campeones son los ejecutivos, no los deportistas. Durante su campaña presidencial, Sarkozy lanzó su propia versión de las cosas en De Nicolas a Sarkozy (La conquête de Xavier Durringer 2011), una película que tal vez ayudó afortunadamente a que perdiera las elecciones el ultraderechista presidente francés. En México no nos quedamos atrás con esfuerzos propagandísticos que carecen de rigor periodístico, fomentando el culto a la personalidad. No digo nombres para que no se distraigan con sus obsesiones.

En este rubro de especímenes subdocumentales se inscriben las películas de vidas de modistos convertidos en santos… sí, como vidas de santos, pues. No sé cómo empezó esta “tendencia”, pero supongo que algo tuvo que ver la crítica que se hace del mundo de la moda, y con gran éxito comercial —lo único que los modistos respetan—, en el filme El diablo viste a la moda (The Devil Wears Prada,  de David Frankel con guion de Aline Brosh y basado  en la novela del mismo nombre de Lauren Weisberger). Es una mera suposición, pero inmediatamente después de esa película se hizo un “documental” sobre “el verdadero rostro” de la directora de Vogue y una cantidad nauseabunda de reality shows que se añadió a la ya vomitiva cantidad de “documentales” sobre aspirantes a diseñadores de modas que concursan en Nueva York.

Es decir: que estos modistos y estos editores de revistas de modas, además de haberse hecho multimillonarios explotando las inseguridades de las mujeres en una sociedad que las humilla y generando necesidades de consumo artificiales para activar la economía de la desigualdad y la concentración de recursos,  son santos. No contentos con trivializar conceptos como “poético” y “artista”, estos personajes despóticos, de quienes todos sus empleados daban cuenta de un carácter tiránico temible, en el fondo fueron maravillosos y marcaron un hito en la historia de la humanidad. ¿Por qué? Nunca lo explican. Hablan de su éxito comercial y de todos los homenajes que recibieron en vida, como si eso diera cuenta de su calidad humana o artística. En mi opinión, todas esas películas, sin excepciones, deberían ser quemadas, por lo menos, en un sitio de hoguera digital. Por más que se trate de Stravinsky, yo no rescato ni Coco & Igor (Jan Kounen, 2009,  aunque reconozco que Chanel tuvo una vida más interesante que otros, pero igual fue una dictadora temible y de eso no hablan sus películas). Tampoco me conmueven las vidas de modistos homosexuales reyes de la plutocracia que lo único que querían era vestirse ellos y que las mujeres fuéramos hombres  (¿o ustedes creen que la moda de las modelos hiperdelgadas, planas y sin caderas que tortura a la mayoría de las mujeres del planeta no confiesa un deseo de sus modistos hombres de acabar con ellas?). No me conmueven porque no soy homofóbica: yo no veo a todos los homosexuales por igual. Sé que hay buenos y malos. Los malos están en las cumbres del poder financiero. En ese engranaje del capitalismo que es el mundo de la moda y sus modistos, las mujeres —modelos y usuarias— son doblemente explotadas por los hombres que las visten: sus maridos heterosexuales que no las pueden ver más que como sus sirvientas, y sus modistos homosexuales que, mientras más andróginas las pongan, mejor, para que se parezcan a sus amantes, no a ellas mismas.








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*En México, desde principios del siglo, incluso las novelas se convirtieron en arenas anunciantes de los amigos del escritor, por no hablar de la campaña del propio escritor mediante "reseñas".

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