domingo, 12 de enero de 2014

¿Así o más racista y desmemoriado, señor Jorge Volpi?


Durante el sangriento mes de enero de 1994, cuando el TLC/NAFTA entró en vigor a escondidas y sin el consenso de la población, los mexicanos no solamente nos despertamos con la sorpresa de que los más pobres y discriminados de México, los indios rebeldes, defenderían nuestra tierra y nuestros recursos naturales, y no sólo con las armas, sino también con la inteligencia de escuchar al resto del país, con pasión y compasión, con dignidad y flexibilidad para entender al inflexible, con apertura y con congruencia, conduciendo el movimiento de izquierda más moderno e incluyente de fines de milenio: el primero que, además de denunciar el racismo en México, no sólo habló de los derechos de las mujeres sino que hizo algo al respecto, y que por primera vez (a diferencia de los movimientos guerrilleros de

los años sesenta y setenta, muy mal informados, llenos de prejuicios sexistas), exigía igualdad de derechos para la comunidad homobitransexual, a la que hasta entonces los revolucionarios denominaban incluso “escoria burguesa”. Por si fuera poco, este movimiento que luchaba por la reivindicación de la diferencia (“somos iguales porque somos diferentes”), no se anquilosaba en el pasado -como la mirada prejuiciada esperaría de cualquier tribu indígena-, sino que utilizaba los avances tecnológicos para difundir su palabra e incluso daba clases a la juventud urbana sobre cómo ingresar a la era de la comunicación ciberespacial.

Sobre una escala mucho más reducida, para los lectores de Octavio Paz este movimiento puso fin a algo que en aquel entonces parecía tan imposible como la lucha contra el Tratado de Libre Comercio al que Paz defendió: evitar que el poeta se refocilara en su “nueva” veta temática tras la caída del Muro de Berlín, y que pretendía ser el erotismo. No cualquier erotismo, sino el de Georges Bataille, pues su libro de ensayos, La llama doble, era en muchos aspectos —como todo aquél que lo hubiera leído podría adivinar—  un fusil, o más cortésmente dicho, una "inspiración" de L’érotisme, de Georges Bataille.    
Tras dos décadas de denostar incansablemente como “estalinista” a cualquier movimiento de izquierda —como si todos fueran los mismos que quemaron su efigie—, y de esquematizar arteramente a todo pensador progresista como totalitario y dispuesto a convertir a México en un inmenso Gulag, el poeta y ensayista, autor del Ogro filantrópico se había quedado sin musa. Fue entonces cuando acudió al tema de la “realidad sensible” que, decía, “siempre había sido” para él una “fuente de sorpresas” (aunque no tantas ni tan “reveladoras” como las que lo hicieron durante años dedicar su tiempo a descalificar a pensadores marxistas como el filósofo y poeta Enrique González Rojo).
Precisamente cuando pernoctaba sin inspiración, es decir, sin un odio al cual entregarse a cuerpo y alma, y una vez aprobado el Tratado de Libre Comercio que él defendió contra las “garras” de la amenaza comunista, Octavio Paz se dio a la tarea de pensar en sexo, o mejor dicho, de emular a Bataille haciendo un ensayo sobre erotismo…
            Derrotada la musa del "pensamiento trasnochado y retrógrada" tras la caída del Muro de Berlín, con miras hacia el futuro neoliberal para unos cuantos (y sin indios, excepto los que Teresa Franco promocionara en figuras prehispánicas), cuando toda reseña indicaba que los mexicanos pasaríamos los años por venir bombardeados de publicidad desde Televisa, Conaculta y Vuelta sobre la versión de Octavio Paz del erotismo según Bataille, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional le declara la guerra al gobierno. Octavio Paz recupera sus bríos, recarga su artillería y vuelve a la guerra contra el comunismo.
            La cantidad y dureza de epítetos descalificadores con los que Paz repudió la presencia de un movimiento indígena rebelde en Chiapas es inolvidable. Pero más memorable es aún que, ante la legitimidad, la verdad y la simpleza de los reclamos zapatistas (algunos compendiados en la famosa carta posteriormente titulada ¿De qué tenemos que pedir perdón?),  por primera vez, Octavio Paz, el intelectual que se jactaba por el mundo saberlo todo sobre México —casi sugiriendo haber inventado el carácter del mexicano—,  autor de uno de los ensayos más famosos pero también más ridículos, ridiculizantes y autodenigratorios del mexicano (El laberinto de la soledad, 1950, más anticuado que los de Gabriel Careaga, que ya es mucho decir), tuvo que reconocer que podría estar equivocado.
            El día de hoy, en el periódico Reforma, Jorge Volpi publica un artículo que más parece del Deforma, en el cual revisita estos hechos atribuyendo todo el mérito a Octavio Paz: no a los indios zapatistas que pelearon en respuesta a la imposición de un inhumano tratado comercial cuyas consecuencias todos los mexicanos seguimos pagando,  en territorio nacional y en Estados Unidos, y que fue defendido por el poeta que, durante el sexenio de Salinas de Gortari, promotor del TLC, obtuvo el Premio Nobel de Literatura.
            ¿Así o más racista y desmemoriado, señor Volpi?

  Aquí el artículo al que hago referencia, seguido de la conocida carta zapatista, por si alguien no la conoce:
El poeta y el encapuchado
por Jorge Volpi
Periódico Reforma, 12 de enero de 2014
El 11 de octubre de 1984, un rabioso grupo de manifestantes recorrió el Paseo de la Reforma hasta congregarse ante la embajada de Estados Unidos para condenar el hostigamiento al régimen sandinista. Un episodio singularizó la protesta: cargando a cuestas un monigote con los rasgos del poeta más reconocido del país, los jóvenes se desgañitaban con este (más bien torpe) díptico: "Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz". Y, sin calmar su ira, procedieron a quemarlo como si se tratara de un judas en sábado santo.

Esta odiosa escena no sólo selló el instante en que Octavio Paz y la "izquierda" se hallaron más enemistados que nunca, sino un quiebre en su imagen pública que el poeta jamás logró olvidar. La paradoja era clara: justo cuando su voz era más escuchada en el mundo -obtendría el Nobel en 1990-, Paz se veía como un exiliado en su propia patria. El malentendido pronto se transmutó en cliché: al lado de Thatcher y Reagan, el poeta cerraba el cuadro de los monstruos que fraguaron el neoliberalismo y sepultaron los anhelos revolucionarios.

En efecto, desde fechas tan tempranas como 1945, Paz había comenzado a cuestionar a los sistemas comunistas y, a partir de los setenta, se había convertido en un acérrimo detractor del socialismo real y los intelectuales de izquierda que disimulaban los crímenes de la URSS, China, Cuba o las diversas guerrillas latinoamericanas. Más tarde, en su íntima batalla contra sus antiguos camaradas, no dudó en asociarse con figuras con las que, en términos ideológicos, sólo compartía la animadversión hacia el enemigo común. No obstante, Paz nunca se sintió cómodo en esa camada liberal que lo arropó durante su lucha y su postrera victoria: su formación juvenil era tan sólida, y su rechazo a los dogmas tan claro que, a diferencia de Vargas Llosa, él no cambió una fe por otra y jamás se convirtió en un profeta de la causa liberal. Pésele a quien le pese, en el fondo siguió siendo un socialista: un socialista democrático que, sólo a regañadientes, era liberal en términos económicos.

Para confirmar esta hipótesis hubo que esperar hasta la antesala de su muerte. Cuando el 1o. de enero de 1994 el EZLN se alzó en armas contra el gobierno de Salinas, Paz previsiblemente condenó la asonada, imaginándola como el último estertor de la vieja izquierda con la que se había batido por décadas. Y, cuando los intelectuales "progresistas" comenzaron a demostrar su encandilamiento hacia los zapatistas, otra vez se unió a los intelectuales adictos al régimen, reunidos en torno a Vuelta y Nexos, para vapulearlos: "Los años de penitencia que han vivido desde el fin del socialismo totalitario, lejos de disipar sus delirios y suavizar sus rencores, los han exacerbado".

Sin embargo, sus opiniones comenzaron a matizarse conforme la figura de Marcos adquiría mayor relevancia mediática -y literaria. "La elocuente carta que el 18 de enero envió el subcomandante Marcos a varios diarios, aunque de una persona que ha escogido un camino que repruebo, me conmovió de verdad: no son ellos, sino nosotros, los que deberíamos pedir perdón". Más adelante llegará a aplaudir su estilo y dirá que la figura de Don Durito es una invención "memorable". Y añadirá: "Una parte de mí lo aplaude: son sanas la insolencia y la falta de respeto".

A diferencia de los críticos liberales, que deploran esta atracción final de Paz hacia Marcos como un extravío senil, esa "parte" de sí mismo es la que más me atrae. El Paz anciano sin duda se identificó con Marcos: a fin de cuentas, de joven él también viajó a Yucatán para trabajar con los mayas ahíto de ideales revolucionarios. Pero en sus palabras no hay que observar un desvarío romántico, sino un nuevo instante de lucidez en el que, luchando contra sus propias convicciones, Paz fue capaz de entrever -¡en 1994!, con la misma claridad con que atisbó el autoritarismo estalinista en los cuarenta-, los límites y las trampas del liberalismo. Porque, a diferencia de sus seguidores liberales o de derechas, en el centro de su poesía y de su pensamiento siempre prevaleció la solidaridad frente a la soledad, incluida la soledad del mercado.

Al conmemorar los 100 años de su nacimiento, y los 20 del alzamiento zapatista, no debemos perder de vista que, más allá de sus devaneos con el poder, el mejor Paz se hallaba en esa voluntad crítica que al final siempre lo puso en guardia contra las tentaciones dogmáticas y autoritarias, incluidas las de sus amigos -y las suyas.



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¿DE QUÉ TENEMOS QUE PEDIR PERDÓN?
18 de enero de 1994
Señores:
Debo empezar por unas disculpas ("mal comienzo", decía mi abuela). Por un error en muestro Departamento de Prensa y Propaganda, la carta anterior (de fecha 13 de enero de 1994) omitió al semanario nacional Proceso entre los destinatarios. Espero que este error sea comprendido por los de Proceso y reciban esta misiva sin rencor, resquemor y re-etcétera.
Bien, me dirijo a ustedes para solicitarles atentamente la difusión de los comunicados adjuntos del CCRI-CG del EZLN. En ellos se refieren a reiteradas violaciones al cese al fuego por parte de las tropas federales, a la iniciativa de ley de amnistía del ejecutivo federal y al desempeño del señor Camacho Solís como Comisionado para la paz y la reconciliación en Chiapas.
Creo que ya deben haber llegado a sus manos los documentos que enviamos el 13 de enero de los corrientes. Ignoro qué reacciones suscitarán estos documentos ni cuál será la respuesta del gobierno federal a nuestros planteamientos, así que no me referiré a ellos. Hasta el día de hoy, 18 de enero de 1994, sólo hemos tenido conocimiento de la formalización del "perdón" que ofrece el gobierno federal a nuestras fuerzas. ¿De qué tenemos que pedir perdón? ¿De qué nos van a perdonar? ¿De no morirnos de hambre? ¿De no callarnos en nuestra miseria? ¿De no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono? ¿De habernos levantado en armas cuando encontramos todos los otros caminos cerrados? ¿De no habernos atenido al Código Penal de Chiapas, el más absurdo y represivo del que se tenga memoria? ¿De haber demostrado al resto del país y al mundo entero que la dignidad humana vive aún y está en sus habitantes más empobrecidos? ¿De habernos preparado bien y a conciencia antes de iniciar? ¿De haber llevado fusiles al combate, en lugar de arcos y flechas? ¿De haber aprendido a pelear antes de hacerlo? ¿De ser mexicanos todos? ¿De ser mayoritariamente indígenas? ¿De llamar al pueblo mexicano todo a luchar de todas las formas posibles, por lo que les pertenece? ¿De luchar por libertad, democracia y justicia? ¿De no seguir los patrones de las guerrillas anteriores? ¿De no rendirnos? ¿De no vendernos? ¿De no traicionarnos?
¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? ¿Los que, durante años y años, se sentaron ante una mesa llena y se saciaron mientras con nosotros se sentaba la muerte, tan cotidiana, tan nuestra que acabamos por dejar de tenerle miedo? ¿Los que nos llenaron las bolsas y el alma de declaraciones y promesas? ¿Los muertos, nuestros muertos, tan mortalmente muertos de muerte "natural", es decir, de sarampión, tosferina, dengue, cólera, tifoidea, mononucleosis, tétanos, pulmonía, paludismo y otras lindezas gastrointestinales y pulmonares? ¿Nuestros muertos, tan mayoritariamente muertos, tan democráticamente muertos de pena porque nadie hacía nada, porque todos los muertos, nuestros muertos, se iban así nomás, sin que nadie llevara la cuenta, sin que nadie dijera, por fin, el "¡YA BASTA!", que devolviera a esas muertes su sentido, sin que nadie pidiera a los muertos de siempre, nuestros muertos, que regresaran a morir otra vez pero ahora para vivir? ¿Los que nos negaron el derecho y don de nuestras gentes de gobernar y gobernarnos? ¿Los que negaron el respeto a nuestra costumbre, a nuestro color, a nuestra lengua? ¿Los que nos tratan como extranjeros en nuestra propia tierra y nos piden papeles y obediencia a una ley cuya existencia y justeza ignoramos? ¿Los que nos torturaron, apresaron, asesinaron y desaparecieron por el grave "delito" de querer un pedazo de tierra, no un pedazo grande, no un pedazo chico, sólo un pedazo al que se le pudiera sacar algo para completar el estómago?
¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?
¿El presidente de la república? ¿Los secretarios de estado? ¿Los senadores? ¿Los diputados? ¿Los gobernadores? ¿Los presidentes municipales? ¿Los policías? ¿El ejército federal? ¿Los grandes señores de la banca, la industria, el comercio y la tierra? ¿Los partidos políticos? ¿Los intelectuales? ¿Galio y Nexos? ¿Los medios de comunicación? ¿Los estudiantes? ¿Los maestros? ¿Los colonos? ¿Los obreros? ¿Los campesinos? ¿Los indígenas? ¿Los muertos de muerte inútil?
¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?
Bueno, es todo por ahora.
Salud y un abrazo, y con este frío ambas cosas se agradecen (creo), aunque vengan de un "profesional de la violencia".

Subcomandante Insurgente Marcos



4 comentarios:

  1. Un análisis muy completo sobre eventos que eventos, situaciones y personajes que que tienen y tuvieron un objeto de ser mayormente justificado con lo que vivimos en Michoacán en estos momentos. Opiniones Erróneas, certeras o mediáticas pero por lo menos formaban un criterio y su objeto aunque siempre subjetivo tuvo un alcance más allá de la sangre, atropello, corrupción e insesante violencia, en la que nadie se atreve a dar puntos de vista u opiniones que tengan propuesta o que por lo menos dejen al roedor dando vueltas por la cabeza. Me gusto.

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  2. Gracias por jalar a cuentas a los muertos, que se fueron sin pagar la cuenta, con el bolsillo lleno de adulaciones lisonjeras y verguenzas inconfesadas, como la de don Jorge, que junto con su adulado forman parte de un pensamiento -este sí- senil...

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  3. ¿Paz retractor de dogmas? Él mismo fue un dogma. Bajo su manta de simulaciones se ocultó más de un bribón como el historiador Jacques Lafaye (homenajeado por Fox con el águila azteca) que por ocurrencia comparó a Nueva España con Argelia, a Morelos con un petit blanc- colonizador pobre- etc. Todo para decir que las colonias sin el imperio son presas de su componente étnico y una consecuente proclividad a los mesías y a la violencia. Un discurso que Paz usó para naturalizar al PRI, etc... Pero supongo que en la enrevesada lectura de Volpi, poeta e historiador pasarán por indigenistas ahora

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