Antipostales de Nueva York
Profanación mexicana frente al edificio de la
ONU
Malú Huacuja del Toro
Deseo que
sea sólo por maledicencia y no por estupidez que haya quienes pretendieron
creer que hablaba de la anexión a Estados Unidos en mi antipostal del mes anterior, y no lo que realmente dije: que los
millones de mexicanos que viven en el territorio del imperio económico mundial
y que constituyen la segunda fuente de ingreso del país forman también parte de
la patria. ¿Así o más obvio? ¿Dónde están los antiguos lectores de El Financiero cuya capacidad de
discernimiento se ejercía más allá de “Televisa te engaña” o “Televicentro fue
el origen de Televisa”? Acaso se extinguieron junto con la memoria de nuestra
historia reciente.
Pero hablando de malentendidos falsos, la catedral de San Patricio en
Nueva York sí que sabe de simbología e integración: no sólo instaló un gran
altar para la Virgen de Guadalupe en su nave derecha
—para que el santo patrono de los irlandeses que fundaron esta ciudad se
hermane con la virgen de los mexicanos que la sostienen con mano de obra barata—,
sino que ahora, en su fachada en reconstrucción, tiene un letrero que dice: Síguenos en Twitter y Facebook.
Aquella mañana en la que pasé frente a
esa conjunción de simbología medioeval y de tecnología de punta ciberespacial iba
pensando si Dios necesita tener seguidores en Twitter y Facebook (o llaves de
la ciudad de Monterrey y de Ensenada), pues me dirigía a un acto en apoyo de
una tribu olvidada por Dios y por los hombres: los indios lakota.
Sí, ya sé que en opinión de mucha
gente no tiene caso hablar de una tribu en extinción que, para colmo, se rige
bajo un sistema matriarcal. Además, si a los mexicanos no nos importan ni los
indios de nuestro territorio ni la defensa de Wirikuta, ¿qué sentido tiene
pensar en la agonía de estos sioux? Conviene preocuparse sólo (a veces), de las
especies de animales en extinción, pues se ven bonitas en las fotos de Facebook
y no provocan polémica.
Pero una comunidad humana no es una especie y exterminarla a balazos, esterilizar
a sus mujeres en tiempos en los que se anunció al mundo la idea de que Estados
Unidos luchaba contra la tiranía de la Unión Soviética, envenenar sus ríos,
confiscarles a sus hijos para mandarlos a estudiar a otras ciudades
(castigándolos si hablan su idioma natal dentro de la escuela) o liquidar a los
búfalos de los que se alimentaba el pueblo, no es un proceso “natural”. Si, por
añadidura, todo eso ocurre en el país que conquista e invade a otros a nombre
de la democracia que defendieron los Premios Nobel Octavio Paz y Mario Vargas
Llosa, en contra de la limpieza étnica y la barbarie, a favor de la libertad de
expresión y mientras predicaba contra Hitler, contra Stalin o contra Osama ben
Laden, es oprobiosamente importante.
Además, es la protesta callejera más hermosa que he visto en mi vida. Sin consignas ni silbatos ni altavoces, con
águilas de papel en lugar de letreros, las abuelas lakota que conforman la Caravana
de la Verdad se dirigen ese día a la ONU.
Su silencio inunda el bullicio de Times Square. Son como una ola de calma
en el ajetreo urbano. Sin embargo, los lakota no quieren que los llamen pacifistas.
“No somos violentos, pero somos un pueblo guerrero. Por favor, quiten los
letreros de paz, porque sin justicia no hay paz”, piden a un hippie solidario
que llegó con su manta sesentera.
Turistas y apurados oficinistas contemplan maravillados la procesión de
indios. Los vendedores ambulantes vestidos de Hombre Araña y Rana René han
dejado de ser observados y se convierten en espectadores. La multitud no entiende qué pasa, pero
percibe que eso no es un carnaval y tampoco una manifestación cualquiera. El
águila es el símbolo siux-lakota. Habla por sí sola.
“¿Puedes tener una idea de lo que es saber que eres el último de tu
raza, y que eso no es un fenómeno natural?”, nos pregunta el apuesto joven Leo
Cordier al término de aquella jornada.
“El cristianismo tiene 2013 años de antigüedad. Nuestra religión tiene
más de 6000. Si tú desacralizas una iglesia, hay un gran escándalo, pero
nuestros lugares sagrados se han profanado y nadie dice nada”, informa una de
las abuelas. Imposible no recordar que las Pussy Riot están ahora en la cárcel
por mucho menos sacrilegio que el que Nixon legalizó en las colinas de esta
tribu, convertidas en vertedero de desechos de uranio.
La narración de los lakota se proyecta hacia el pasado cada vez más
semejante a la de cualquier comunidad indígena mexicana: propagación deliberada
de enfermedades en la tribu, confiscación de sus colinas a cambio de una
indemnización miserable que los lakota se negaron a aceptar, formación de una
tribu opositora pagada con fondos del gobierno, la oglala, que, ni qué duda
cabe, es patriarcal.
Arribamos al parque frente al edificio de la ONU. Al término de tan
majestuosa caminata lo que menos imagino es lo que me espera: la profanación de
las huellas de la historia de mi propio país.
—¿Qué es eso? No lo había visto. Es mexicano, ¿verdad? —me pregunta un
dulce muchacho integrante de la comisión de marionetas gigantes de Occupy Wall
Street, responsable del diseño de las águilas de papel que hemos cargado.
Yo tampoco lo había visto. Es una cabeza olmeca frente al edificio de la
ONU. Llevo más de 10 años viviendo aquí y nunca había notado esa figura en el
espacio donde se concentran todas las desesperaciones del planeta frente a la
burocracia que administra la guerra; todos los gritos de paz.
Sorprendidísima ante el hecho de que sea una escultura mexicana la que
reciba a la procesión de indios lakota, me acerco junto con mis amigos. Nos
tomamos fotografías. Pero después, me vuelvo y leo la placa. Por la cara que
pongo, algunos se dan cuenta de que algo terrible se lee en ella. Algo que no
se puede entender en su idioma, aunque esté en inglés.
Resulta que no sólo es un reconocimiento a la cultura olmeca, sino al gobernador
del estado de Veracruz, Javier Duarte, bajo cuyo mandato han sido asesinados 9
periodistas. Acaba de ser colocada, en octubre de 2012, apenas a cuatro meses
del último secuestro y asesinato de un periodista en Veracruz: Víctor Manuel
Báez de Milenio Xalapa.
Yo no sé si mis perspicaces lectores
todavía existan. No sé si entiendan lo que quiere decir que un gobernador con
semejante reputación pueda llegar a las Naciones Unidas a dejar su marca. Yo,
por supuesto, el único rostro que le puedo poner a esa cabeza en mi mente es el
de Regina Martínez, reportera de Proceso,
asesinada 28 de abril de 2012 en su casa y sobre cuya muerte se dio un veredicto
increíble: que el móvil fue un robo, dijo la Procuraduría de Justicia de Veracruz
precisamente en octubre de 2012. Es decir, el mismo mes en que se instala en
Nueva York esa placa que estoy viendo… ì
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(Publicado en el periódico El Financiero, sección cultura, el 19 de junio de 2013.)
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(Publicado en el periódico El Financiero, sección cultura, el 19 de junio de 2013.)
Nunca imaginé que los EE UU marcharan hacia nuestro destino, ¡incluso tienen una versión del gobernante tonto que acepta homenajear a los tiranos!
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