jueves, 20 de junio de 2013

Antipostales de Nueva York
Profanación mexicana frente al edificio de la ONU
Malú Huacuja del Toro
Deseo que sea sólo por maledicencia y no por estupidez que haya quienes pretendieron creer que hablaba de la anexión a Estados Unidos en mi antipostal del mes anterior, y no lo que realmente dije: que los millones de mexicanos que viven en el territorio del imperio económico mundial y que constituyen la segunda fuente de ingreso del país forman también parte de la patria. ¿Así o más obvio? ¿Dónde están los antiguos lectores de El Financiero cuya capacidad de discernimiento se ejercía más allá de “Televisa te engaña” o “Televicentro fue el origen de Televisa”? Acaso se extinguieron junto con la memoria de nuestra historia reciente.
Pero hablando de malentendidos falsos, la catedral de San Patricio en Nueva York sí que sabe de simbología e integración: no sólo instaló un gran altar para la Virgen de Guadalupe en su nave derecha —para que el santo patrono de los irlandeses que fundaron esta ciudad se hermane con la virgen de los mexicanos que la sostienen con mano de obra barata—, sino que ahora, en su fachada en reconstrucción, tiene un letrero que dice: Síguenos en Twitter y Facebook.
          Aquella mañana en la que pasé frente a esa conjunción de simbología medioeval y de tecnología de punta ciberespacial iba pensando si Dios necesita tener seguidores en Twitter y Facebook (o llaves de la ciudad de Monterrey y de Ensenada), pues me dirigía a un acto en apoyo de una tribu olvidada por Dios y por los hombres: los indios lakota.
          Sí, ya sé que en opinión de mucha gente no tiene caso hablar de una tribu en extinción que, para colmo, se rige bajo un sistema matriarcal. Además, si a los mexicanos no nos importan ni los indios de nuestro territorio ni la defensa de Wirikuta, ¿qué sentido tiene pensar en la agonía de estos sioux? Conviene preocuparse sólo (a veces), de las especies de animales en extinción, pues se ven bonitas en las fotos de Facebook y no provocan polémica.
Pero una comunidad humana no es una especie y exterminarla a balazos, esterilizar a sus mujeres en tiempos en los que se anunció al mundo la idea de que Estados Unidos luchaba contra la tiranía de la Unión Soviética, envenenar sus ríos, confiscarles a sus hijos para mandarlos a estudiar a otras ciudades (castigándolos si hablan su idioma natal dentro de la escuela) o liquidar a los búfalos de los que se alimentaba el pueblo, no es un proceso “natural”. Si, por añadidura, todo eso ocurre en el país que conquista e invade a otros a nombre de la democracia que defendieron los Premios Nobel Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, en contra de la limpieza étnica y la barbarie, a favor de la libertad de expresión y mientras predicaba contra Hitler, contra Stalin o contra Osama ben Laden, es oprobiosamente importante.
Además, es la protesta callejera más hermosa que he visto en mi vida.  Sin consignas ni silbatos ni altavoces, con águilas de papel en lugar de letreros, las abuelas lakota que conforman la Caravana de la Verdad se dirigen ese día a la ONU.
Su silencio inunda el bullicio de Times Square. Son como una ola de calma en el ajetreo urbano. Sin embargo, los lakota no quieren que los llamen pacifistas. “No somos violentos, pero somos un pueblo guerrero. Por favor, quiten los letreros de paz, porque sin justicia no hay paz”, piden a un hippie solidario que llegó con su manta sesentera.
Turistas y apurados oficinistas contemplan maravillados la procesión de indios. Los vendedores ambulantes vestidos de Hombre Araña y Rana René han dejado de ser observados y se convierten en espectadores.  La multitud no entiende qué pasa, pero percibe que eso no es un carnaval y tampoco una manifestación cualquiera. El águila es el símbolo siux-lakota. Habla por sí sola.
“¿Puedes tener una idea de lo que es saber que eres el último de tu raza, y que eso no es un fenómeno natural?”, nos pregunta el apuesto joven Leo Cordier al término de aquella jornada.
“El cristianismo tiene 2013 años de antigüedad. Nuestra religión tiene más de 6000. Si tú desacralizas una iglesia, hay un gran escándalo, pero nuestros lugares sagrados se han profanado y nadie dice nada”, informa una de las abuelas. Imposible no recordar que las Pussy Riot están ahora en la cárcel por mucho menos sacrilegio que el que Nixon legalizó en las colinas de esta tribu, convertidas en vertedero de desechos de uranio.
La narración de los lakota se proyecta hacia el pasado cada vez más semejante a la de cualquier comunidad indígena mexicana: propagación deliberada de enfermedades en la tribu, confiscación de sus colinas a cambio de una indemnización miserable que los lakota se negaron a aceptar, formación de una tribu opositora pagada con fondos del gobierno, la oglala, que, ni qué duda cabe, es patriarcal.
Arribamos al parque frente al edificio de la ONU. Al término de tan majestuosa caminata lo que menos imagino es lo que me espera: la profanación de las huellas de la historia de mi propio país.
—¿Qué es eso? No lo había visto. Es mexicano, ¿verdad? —me pregunta un dulce muchacho integrante de la comisión de marionetas gigantes de Occupy Wall Street, responsable del diseño de las águilas de papel que hemos cargado.
Yo tampoco lo había visto. Es una cabeza olmeca frente al edificio de la ONU. Llevo más de 10 años viviendo aquí y nunca había notado esa figura en el espacio donde se concentran todas las desesperaciones del planeta frente a la burocracia que administra la guerra; todos los gritos de paz.  
Sorprendidísima ante el hecho de que sea una escultura mexicana la que reciba a la procesión de indios lakota, me acerco junto con mis amigos. Nos tomamos fotografías. Pero después, me vuelvo y leo la placa. Por la cara que pongo, algunos se dan cuenta de que algo terrible se lee en ella. Algo que no se puede entender en su idioma, aunque esté en inglés. 
Resulta que no sólo es un reconocimiento a la cultura olmeca, sino al gobernador del estado de Veracruz, Javier Duarte, bajo cuyo mandato han sido asesinados 9 periodistas. Acaba de ser colocada, en octubre de 2012, apenas a cuatro meses del último secuestro y asesinato de un periodista en Veracruz: Víctor Manuel Báez de Milenio Xalapa.
          Yo no sé si mis perspicaces lectores todavía existan. No sé si entiendan lo que quiere decir que un gobernador con semejante reputación pueda llegar a las Naciones Unidas a dejar su marca. Yo, por supuesto, el único rostro que le puedo poner a esa cabeza en mi mente es el de Regina Martínez, reportera de Proceso, asesinada 28 de abril de 2012 en su casa y sobre cuya muerte se dio un veredicto increíble: que el móvil fue un robo, dijo la Procuraduría de Justicia de Veracruz precisamente en octubre de 2012. Es decir, el mismo mes en que se instala en Nueva York esa placa que estoy viendo… ì









--------------
(Publicado en el periódico El Financiero, sección cultura, el 19 de junio de 2013.)

1 comentario:

  1. Nunca imaginé que los EE UU marcharan hacia nuestro destino, ¡incluso tienen una versión del gobernante tonto que acepta homenajear a los tiranos!

    ResponderEliminar

Gracias por tu lectura y por tu paciencia. Los comentarios para los apuntes que tengan más de dos días requieren moderación.