Esta semana, en la clínica pública donde me hicieron mis análisis de
rutina, la recepcionista encargada de tomar los datos me contó que, desde que
esa zona sur de Manhattan quedó inundada por el huracán Sandy (hace ya más de un año), los servicios de comunicación de los
laboratorios y la conexión a internet están descompuestos.
—Tenemos que esperar
—me dice la joven boricua con resignada paciencia, mientras esperamos como en los
tiempos en que yo vivía en México y mi conexión analógica se descomponía
después de cada tormenta en el Ajusco.
La diferencia es que
estamos en la capital del sistema financiero global y que, durante un año, el
gobierno del multimillonario alcalde Bloomberg no sólo no reparó las clínicas y
hospitales públicos, sino que mandó cerrar los más que pudo, no porque no haya tenido los recursos para dar
mantenimiento a los laboratorios afectados por la gran inundación en las zonas
habitacionales más humildes, sino porque su política, durante ocho años, consistió
en favorecer a los magnates como él y en hacer grandes negocios de bienes
raíces hasta convertirse en el hombre más rico de la ciudad.
Además, hace quince o veinte años años, la población de la ciudad de México no estaba tan loca como para
contratar a Bloomberg, como ahora lo está haciendo, “en nombre de la izquierda”,
a que fuera a dar “consejos” sobre arquitectura urbana”, ni para defender al
gobierno que contrata alcaldes de Nueva York a que vayan a asesorarlo, a
gastarse el dinero en pistas de hielo tropicales en lugar construir líneas del
metro seguras con sistemas de transparencia en las licitaciones.
No sólo eso: en aquel
entonces nuestro regente por imposición (no podíamos votar por jefe de
gobierno), contra el que luchábamos por todos nuestros medios y desde todas
nuestras (im)posibilidades, era precisamente Manuel Camacho Solís, el hoy ideólogo
del movimiento de masas capitalino que finge defender el petróleo en el
Congreso (micrófono en mano izquierda), pero ayuda al hombre más rico del mundo
(Carlos Slim) recomendando, incluso, la contratación al plutócrata por excelencia
Michael Bloomberg (teléfono en la mano derecha).
¿Cómo llegó México a
tal despropósito? Sin lugar a duda alguna, La
Jornada fue una gran fuente de desinformación y persuasión. De lo único que estoy segura es que, a pesar
de los trenes Poniatowska y las salas de cine Monsiváis o las calles de
Coyoacán bautizadas con el nombre de Epigmenio Ibarra (por mencionar a algunos
de los ideólogos de este movimiento), los descendientes del defeño de hoy los contemplarán exactamente
como hoy observamos nosotros a quienes creyeron en la frenología.
Después del desarrollo la
neurología, es difícil creer que intelectuales y artistas inteligentes, muy
talentosos, hayan defendido la frenología y se hayan incluso basado en sus
descubrimientos para “medir la inteligencia” humana con base en el tamaño y la
forma de la frente. Más aún: cuando los frenólogos se encontraban datos que no
se ajustaban a sus creencias, lejos de ponerlas a prueba —como hace un
neurólogo en el terreno de la ciencia para confirmar una teoría, o como hacen
los zapatistas en política para preservar su libertad—, los frenólogos
ajustaban la realidad a su ilusión. Inventaban, pues. (Como los troles en
defensa de Juanito, ¿recuerdan? Como
los diseñadores de fotomontajes que después circulan en Twitter y en
publicaciones con el sufijo 3.0.) Cuando
descubrieron que la frente de Descartes era muy pequeña y que eso no coincidía
con el tamaño que debiera tener la de tan brillante filósofo, los frenólogos
fabricaron barrabasada y media con tal de no revisar lo que pensaban.
Además de obcecados,
los frenólogos tenían negocios. Algunos, editoriales. Eran, por así decirlo,
los dueños de la Alfaguara de aquel entonces. De ahí que los escritores —varios
de los cuales probablemente se dieron cuenta, o dudaron, o callaron— apoyaran
su ciencia tan poco científica. Dicen que el propio Walt Whitman moderó sus
críticas a la frenología a causa de las creencias de su editor. Oponérseles a
los directores de las editoriales significaba no volver a publicar. Era como
enfrentar a los editores de Tierra Adentro.
Lo mismo ocurre ahora a
los escritores. Los equivalentes a la frenología en política capitalina
controlan la prensa (La Jornada), la
televisión (Argos), la radio (Aristegui), y las redes sociales con promotores a
sueldo por toda Latinoamérica. Pocos escritores se atreven a denunciar las falsedades
de la frenología de la “izquierda” de nuestro tiempo sin ser desterrados del
mundo editorial y de la prensa cultural. No hay ya casi publicación alguna ni
editorial en México que enfrente ese poder, tan bien resguardado por sus predicadores, como son Elena Poniatowska o Paco Ignacio Taibo II, quien la “escoltó”,
literalmente, en la Feria del Libro de Guadalajara.
Como muestra, un botón:
el periódico de Sonora Vícam Switch (que “quiere decir Vícam Estación en idioma yaqui modernizado”, según nos informa desde Chihuahua nuestro colaborador de Cibertertulia,
el periodista Óscar E. Ornelas, y “sirve para distinguir al pueblo yaqui del
municipio de Guaymas, Sonora, pegado a la carretera y por donde pasa el tren,
de Vícam Pueblo, sede de la autoridad tradicional), publica una severa crítica* al libro Yaquis (Planeta, 2013) del novelista
e historiador y cacique editorial del lopezobradorismo, Paco Ignacio Taibo II,
quien asistía a las manifestaciones del movimiento YoSoy132 a pedirles a los
estudiantes que insistieran en el error y votaran por el primer jefe de
gobierno capitalino que contrató a un alcalde neoyorquino.
El frenólogo de nuestro tiempo, pues. O uno de
ellos.
Pero, tal como indica
el reseñista yaqui Marcial Guerrero Tosalcawi, a simple vista en el libro de
Taibo II sobre los yaquis hay errores “bastante serios”, y “cuesta trabajo
entender cómo puede cometerlos una persona que se dedica al negocio de escribir”.
Sin embargo, ¿quién se atrevería a confrontar la información que proporciona un
eminente defensor del lopezobradorismo sin temor a no volver a ser publicado en
México ni mencionado por Carmen Aristegui y perder en dos segundos la simpatía
de miles de tuiteros? ¿O quién en la propia editorial Planeta pediría a un
historiador que confirme los datos proporcionados por alguien tan poderoso, aun
cuando el libro está escrito con tan visible descuido? El libro, por lo que se
ve, lejos de criticar al historiador salinista Héctor Aguilar Camín, le hace un
gran favor, como si supiera que la falta de seriedad, respeto y cuidado sólo
beneficia al oponente y desinforma al lector:
Dice (P. 17) que no le sorprende “la admiración que le causan los
barones sonorenses a Héctor Aguilar Camín, tan cerca habitualmente del poder y
tan lejos del pueblo llano” como si él no hubiera estado nunca cerca del poder…
salvo que para él los que están en el gobierno del DF no sean poderosos. Esto
es nada más para empezar, como para predisponer al lector contra alguien del
que hablará mal muchas veces, incluso haciéndose jaraquiri. En la página 77
dice: “Aguilar Camín, como si lo gozara, verá en el combate del Watachive la
acción militar federal que quebró el espinazo del cacicazgo de Cajeme”. Pero
luego, él mismo, Taibo, dice en la página 116: “En los primeros meses de 1896
el ejército… releva a los batallones 14 y 24 por el 12 y 17. Mal asunto, porque
si bien el desgaste es muy grande, la experiencia perdida es invaluable”. Uno,
si actuara de mala leche podría preguntar: ¿ese “mal asunto” significa que
lamenta que el ejército porfirista haya perdido con el relevo experiencia en la
lucha contra los yaquis? Yo ya sé que no, pero si uno fuera como él, podría
hacer eso.
Todo lo anterior es, digamos, irrelevante. Lo sustancioso son las
incoherencias que son como una pista de que el libro fue escrito un tanto al
madrazo. Esas cosas tienen que ver con asuntos meramente cronológicos y con
asuntos geográficos.
En la página 41 dice que en 1875 había crecido el número de residentes
no indios en Cócorit, pero luego en la página 114 dice que en 1894 (casi 20
años después) en Cócorit residían unas cuantas familias no yaquis. Uno se
pregunta, si en 1875 habían crecido las familias yoris y luego veinte años
después eran unas cuantas, entonces ¿crecieron o se redujeron?
En la página 150 dice: “El 1 de septiembre el General Torres anuncia en
Pótam que no proseguirá la campaña hasta que lleguen dos mil refuerzos y el
tiempo frío aminore, porque ha variado de los tremendos calores de hace días.”
¿Cuándo se ha visto aquí que haga frío a principios de septiembre?, ¿y desde
cuándo los tremendos calores se convierten en frío en cosa de días? Además, en
la página 64 había dicho que Lorenzo Torres tenía una tremenda resistencia a
los fríos extremos y entonces uno se pregunta cómo es que le tiemblan las
corvas por el fresco de septiembre (y eso pues aceptando que antes septiembre
era un poco más freco que ahora).
En la página 147 dice que en 1899 la Estación “Don Lencho” (no sabe que
aquí nadie le dice don Lencho) era una estación del ferrocarril usada para
deportar a los yaquis. Dice también que en la Casa de Piedra hay un sótano
donde encerraban a los prisioneros mientras que los mandaban al sur. Lo primero
es que en 1899 no pudo haber allí ninguna estación porque el ferrocarril pasó
por Vícam en 1905. De hecho en la página 204 dice algo sobre la “inexistente
vía férrea”, pero nueve renglones adelante se refiere otra vez a la “estación
Don Lencho” del tren como si la estación hubiera existido años antes que las
vías. Sin embargo, en la página 212, en el capítulo 32 fechado en 1905, dice
que las compañías ferroviarias se oponían a la deportación de yaquis (la mano de
obra barata) porque “en esos momentos terminaban el tendido del riel de Guaymas
a Estación Esperanza”.
Lo del sótano en la casa de piedra nomás despierta en mí unas preguntas:
¿alguien ha visto que en la casa de piedra haya un sótano?, ¿lo tenía?
En el asunto geográfico, Taibo nunca distingue entre Vícam y Pueblo
Vícam, ni entre Bácum y la la Loma de Bácum, ni Loma de Guamuchil y Cócorit. El
punto es crucial porque esos pueblos simbolizan el despojo del territorio y la
invasión de yoris en el territorio.
¿Será la soberbia de la popularidad lo que lleva a los intelectuales
lopezobradoristas a esta falta de rigor, o es simplemente que les da miedo
verificar lo que piensan? Lo más sorprendente es que las muchedumbres de admiradores
de la Premio Cervantes 2014 (Elena Poniatowska) que inventa entrevistas con
Borges y del “historiador de los yaquis” que comete tantas torpezas, son las
mismas que no dejan de ponerle orejas de burro a Peña Nieto por haber
confundido a Enrique Krauze con Carlos Fuentes. ¿De qué se trata?
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Fe de erratas: Por un problema técnico que me hizo batallar mucho toda la mañana, esta frase: el periódico de Sonora [...] según nos informa desde Chihuahua el periodista, originalmente apareció así: el periódico de Chihuahua, según nos informa desde Chihuahua el periodista [...]. Pido una disculpa a quienes hayan leído esa versión.
Fe de erratas: Por un problema técnico que me hizo batallar mucho toda la mañana, esta frase: el periódico de Sonora [...] según nos informa desde Chihuahua el periodista, originalmente apareció así: el periódico de Chihuahua, según nos informa desde Chihuahua el periodista [...]. Pido una disculpa a quienes hayan leído esa versión.
http://www.noticiasdesdeveracruz.com/resumen.php?id=22988
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