Respondo a esta pregunta precisamente
el día en que aparece publicado en primera plana, en un famoso periódico
mexicano, uno de los peores ejemplos de periodismo cultural: la exaltación del
escritor chileno Roberto Bolaño, a quien en los encabezados
se le compara con Jorge Luis Borges y con Julio Cortázar, si bien cualquiera
que haya leído bien y completas sus novelas sabe que eso es una descarada
mentira: que por más aplicado, trabajador y ambicioso que fuera Bolaño, ni Los
detectives salvajes ni su último ladrillazo pedante y deshilvanado (2666)
se comparan con cualquier novela o cuento de Cortázar ni, en un sentido
ampliamente diferente, de Borges.
El hecho de que se honre al prolífico narrador chileno con un merecido homenaje a los diez años de su fallecimiento, y que a los oradores en el dicho acto (Manuel Dávila, Mónica Maristain y David Miklos), ya entrados en el frenesí encomiástico, les dé por compararlo hasta con Dios si así les place, no justifica que el reportero de la nota, el director de la sección y el del periódico (porque, como mencioné antes, esto se publicó en primera plana), no sepan ni de qué están hablando, o lo que es aún peor: que lo sepan y lo promuevan, pues eso los convierte en mentirosos a sueldo, lo que despertaría incluso sospechas respecto a si la editorial o la poderosa agencia literaria de Bolaño les pagó para resaltar esa declaración exagerada.
En efecto, pocas profesiones se prestan a tantos equívocos en su tuberosa definición como la del periodista de cultura: pareciera que basta con autosugestionarse para serlo. Las secciones de cultura se han convertido en blanco de soborno para cualquier industria que pueda tener influencia en sus criterios, por una parte. Pero, por otra, en trampolín para los aspirantes a escritores y artistas que creen -y a quienes la falta de rigor en sus medios periodísticos les permite creer- que las páginas de cultura están ahí para ayudarles a progresar, nunca para informar al lector.
El aspirante a escritor o artista metido a reportero o a reseñista entiende la literatura y el arte como una forma de extorsión: "Yo los entrevisto a todos o los reseño a todos para que después hablen bien de mí o me consigan trabajo o me recomienden en la editorial", es la máxima no confesada, pero que sí se puede leer entre líneas en sus escritos.
Por todo ello, el periodismo cultural como tal, y no como malentendido, es indispensable. Desafortunadamente, el funcionario de cultura cree lo contrario: que necesita más porristas y menos periodistas.
Por añadidura, parecería que ahora que cualquiera puede instalar un blog o una cuenta en Twitter y autoerigirse como periodista de cultura o crítico tuitero, ya no hace falta el periodismo cultural; pero es al revés. Lo que cambiará quizás con el tiempo es el soporte, pero ahora, justo porque hay tanto y al mismo tiempo tan poco, será imprescindible para la historia de las artes y la cultura aquel modesto cronista del festival de cine cuya "reseña" no es una lista de los funcionarios que lo organizaron para que después lo premien como cineasta, y el invisible reportero al que la editorial no le da pases de honor para entrar a la Capilla Alfonsina, pero que sí leyó a Bolaño.
El hecho de que se honre al prolífico narrador chileno con un merecido homenaje a los diez años de su fallecimiento, y que a los oradores en el dicho acto (Manuel Dávila, Mónica Maristain y David Miklos), ya entrados en el frenesí encomiástico, les dé por compararlo hasta con Dios si así les place, no justifica que el reportero de la nota, el director de la sección y el del periódico (porque, como mencioné antes, esto se publicó en primera plana), no sepan ni de qué están hablando, o lo que es aún peor: que lo sepan y lo promuevan, pues eso los convierte en mentirosos a sueldo, lo que despertaría incluso sospechas respecto a si la editorial o la poderosa agencia literaria de Bolaño les pagó para resaltar esa declaración exagerada.
En efecto, pocas profesiones se prestan a tantos equívocos en su tuberosa definición como la del periodista de cultura: pareciera que basta con autosugestionarse para serlo. Las secciones de cultura se han convertido en blanco de soborno para cualquier industria que pueda tener influencia en sus criterios, por una parte. Pero, por otra, en trampolín para los aspirantes a escritores y artistas que creen -y a quienes la falta de rigor en sus medios periodísticos les permite creer- que las páginas de cultura están ahí para ayudarles a progresar, nunca para informar al lector.
El aspirante a escritor o artista metido a reportero o a reseñista entiende la literatura y el arte como una forma de extorsión: "Yo los entrevisto a todos o los reseño a todos para que después hablen bien de mí o me consigan trabajo o me recomienden en la editorial", es la máxima no confesada, pero que sí se puede leer entre líneas en sus escritos.
Por todo ello, el periodismo cultural como tal, y no como malentendido, es indispensable. Desafortunadamente, el funcionario de cultura cree lo contrario: que necesita más porristas y menos periodistas.
Por añadidura, parecería que ahora que cualquiera puede instalar un blog o una cuenta en Twitter y autoerigirse como periodista de cultura o crítico tuitero, ya no hace falta el periodismo cultural; pero es al revés. Lo que cambiará quizás con el tiempo es el soporte, pero ahora, justo porque hay tanto y al mismo tiempo tan poco, será imprescindible para la historia de las artes y la cultura aquel modesto cronista del festival de cine cuya "reseña" no es una lista de los funcionarios que lo organizaron para que después lo premien como cineasta, y el invisible reportero al que la editorial no le da pases de honor para entrar a la Capilla Alfonsina, pero que sí leyó a Bolaño.
Gracias a la sección cultural de El
Financiero por haber albergado a ese tipo de reportero durante 23 años. Ir
a la fuente
Una pena la partida de Víctor Roura de lo que hasta ahora fue la mejor sección cultural del diarismo mexicano contemporáneo.
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