La victoria del astuto
Malú Huacuja del Toro
Al Colectivo de Periodistas Independientes de Veracruz
por su repudio al indignante premio al gobernador
Duarte
Rosario Castellanos |
Fue así como, en 1961,
la prodigiosa Rosario Castellanos lo obtuvo por su primera colección de cuentos
publicada, Ciudad Real (1960): un
tejido de relatos donde expuso de manera dolorosamente sencilla que San
Cristóbal de las Casas, como Nueva Delhi, no sólo estaba dividida en clases
sociales, sino en castas.
“Su comadre Águeda la
aleccionó desde el principio: para el indio se guardaba la carne podrida o con
grumos, la gran pesa de plomo que alteraba la balanza y el alarido de
indignación ante su más mínima protesta. Al escándalo acudían las otras
placeras y se armaba el alboroto en el que intervenían curiosos y gendarmes. El
saldo de la refriega era, invariablemente, el sobrero o el morral del indio que
la vencedora enarbolaba como un trofeo”, nos cuenta Castellanos en Modesta Gómez, y con este simple párrafo
vislumbra las razones del levantamiento zapatista con 34 años de antelación,
además de describir lo que serían las reacciones preparadas de la prensa, “el
alarido de indignación” para encubrir a los causantes de las emboscadas contra
los indios, como ocurrió en la masacre de Acteal.
Y es que el cuento y la
novela no sirven para dar premios y reputación, ni para elevar a los
periodistas del fango en el que se creen sometidos, ni para competir contra los
poetas. La narrativa, a un tiempo, revive el pasado, da significado al presente
e invoca el futuro en muchos de sus mejores exponentes. Es sobre todo, un
obsequio para el lector, no para el creador galardonado. Compárese la belleza
de la prosa de La muerte del tigre de
la autora de Ciudad Real con
cualquiera de los ensayos de Los rituales
del caos (“un libro que premiaron en gran parte gracias a mí”, me
fanfarroneó el promotor cultural Gerardo Ochoa Sandy), para comprender que el
paulatino abandono de rigor por parte de los jueces al calificar perjudicó al
país; no sólo a sus escritores.
En verdad, todos
perdemos en este tráfico de influencias con la palabra escrita. Pero veamos: ¿por
qué es tan difícil entender lo que en otras disciplinas se sostiene? La ópera
se preserva gracias a que existen cantantes que estudian la técnica, que saben
solfeo y que pueden colocar la voz en lugar de graznar nasalmente. El sexteto
vocal femenino mexicano Túumben Paax (Música Nueva, en maya) ganó en marzo de este año la medalla de oro en su categoría durante el
6º Concurso Internacional de Conjuntos Corales de Fukushima, Japón, además de
un premio en el Festival Internacional de Coros de Florencia, Italia, 2012,
entre otros reconocimientos. ¿Qué pasaría si Thalía y Gloria Trevi amenazaran a
los maestros de canto y sobornaran a Túumben Paax para cantar en su grupo? ¿Qué
opinarían de que la misma medalla que obtuvo Túumben Paax en Japón se la dieran
a Andrea Legarreta?
¿Por qué nadie entiende que lo mismo sucedió cuando empezaron
a dar premios de novela y cuento a esos equivalentes?
Pero para las academias de las letras españolas y de
la lengua no es tan importante esta gramática conceptual. Vaya: ya ni siquiera
es importante la gramática. Para elaborar la última edición de la ortografía española,
el periodista y novelista Arturo Pérez Reverte (miembro de la Academia de la
Lengua Española: luego nos explican por qué) se pasó meses peleando contra unas
feministas que cometían el desacato de querer incorporar a la mitad del mundo
en los sustantivos. Tan importante fue burlarse de la demanda de inclusión del
género femenino que, al parecer, no hizo nada más, y la nueva Ortografía de la lengua española (2010)
ha generado protestas hasta de sus colegas novelistas y periodistas.
La defensa de la palabra escrita como la de la tierra
misma parece ser un concepto que ya solamente entendemos a cabalidad quienes
vivimos, precisamente, fuera de ella, en el corazón del imperio económico que
todo lo define. En tiempos en los que priva
la comunicación telefónica escrita y las redes sociales que han sido pensadas,
construidas y diagramadas en inglés, los malos traductores tienen la voz
cantante e imponen la norma: ya no se dice “poner un pie de foto” o “enlazar a”
sino “etiquetar” (por tagging que no
quiere decir labeling), ni “dar una
palmadita” sino “dar un toque” (y no
de mota) o “actualizar tu estado” en lugar de “tu situación”,
además de los ya tradicionales desfiguros idiomáticos como “hablar para atrás”
en lugar de “volver a llamar” o “estar supuesta a ir” en lugar de “se supone
que voy a ir”. Para colmo de
dificultades, la RAE inventa reglas de ortografía que no sirven y elimina otras
que ayudaban a economizar las explicaciones y a conservar la lengua. Lo demás
no es silencio, pero está en otro idioma.
Gracias, Malucita. Tampoco estuve de acuerdo con que bautizaran todas las salas de cine con el nombre de Monsiváis. Como dice usted bien, y dice bien, es absurdo.
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