La
casa que compró el magnate Carlos Slim en la Quinta Avenida de Nueva York
—no para vivir sino para demostrar su poderío— se encuentra frente al Museo Metropolitano donde ese exhiben obras de lo mejor del arte de casi todo el planeta y todas las épocas de la historia. Es el único inmueble residencial en esa zona, pues los palacetes de las familias adineradas fueron demolidos o remodelados a partir de la Gran Depresión (no la de 2008, ni la que nos da al ver a la gente miserable de nuestra grave patria en Jerez de Salinas, Zacatecas, por ejemplo —la tierra de López Velarde—, sino la de los años 30 en Estados Unidos). Se convirtieron en bancos, hoteles, recintos para embajadas, restaurantes de lujo y cadenas de ropa. A ocho cuadras de ahí se hallaba una de las primeras grandes mansiones que existieron en la ciudad, que pertenecía al dueño de la joyería Tiffany & Co. La planta baja era de él; en el tercer piso vivía su hija y los pisos más altos eran para el heredero. Parecía castillo de chocolate. Fue demolido en 1936. Ahora Slim ya no tiene vecinos a quiénes darles los buenos días que no sean empleados. Pero podría atravesarse la calle caminando diariamente a ver los Picasso y los Rembrandt que aún no ha comprado. No sé si iría a contemplarlos o a codiciarlos. No sé si le da coraje que cualquiera que no sea él los pueda ver sin muchos trabajos, pues el precio de entrada al Museo Metropolitano sigue siendo opcional (la gente paga lo que pueda: desde cincuenta centavos a veinte dólares).
—no para vivir sino para demostrar su poderío— se encuentra frente al Museo Metropolitano donde ese exhiben obras de lo mejor del arte de casi todo el planeta y todas las épocas de la historia. Es el único inmueble residencial en esa zona, pues los palacetes de las familias adineradas fueron demolidos o remodelados a partir de la Gran Depresión (no la de 2008, ni la que nos da al ver a la gente miserable de nuestra grave patria en Jerez de Salinas, Zacatecas, por ejemplo —la tierra de López Velarde—, sino la de los años 30 en Estados Unidos). Se convirtieron en bancos, hoteles, recintos para embajadas, restaurantes de lujo y cadenas de ropa. A ocho cuadras de ahí se hallaba una de las primeras grandes mansiones que existieron en la ciudad, que pertenecía al dueño de la joyería Tiffany & Co. La planta baja era de él; en el tercer piso vivía su hija y los pisos más altos eran para el heredero. Parecía castillo de chocolate. Fue demolido en 1936. Ahora Slim ya no tiene vecinos a quiénes darles los buenos días que no sean empleados. Pero podría atravesarse la calle caminando diariamente a ver los Picasso y los Rembrandt que aún no ha comprado. No sé si iría a contemplarlos o a codiciarlos. No sé si le da coraje que cualquiera que no sea él los pueda ver sin muchos trabajos, pues el precio de entrada al Museo Metropolitano sigue siendo opcional (la gente paga lo que pueda: desde cincuenta centavos a veinte dólares).
Pero no creo que viva ahí. He estado
vigilando y no lo he visto. Su residencia permaneció abandonada mucho tiempo. Le
cubrieron las ventanas cuando le empecé a tomar fotografías para exhibirla en
mi página Facebook. A algunos de mis cibercontertulios
mexicanos, acostumbrados a las haciendas de los narcos, al Partenón del Negro Durazo
y a las fortalezas art nacó que se
construyen nuestros tiranos, no les impresionó mucho. Les costó entender que el
valor, además del tamaño y la arquitectura del inmueble, está en la ubicación
del predio: no en Tlalpan, sino frente al museo donde no sólo Woody Allen filmó
una parte de Manhattan o donde se presentó la película con la que el
prodigioso Sokúrov enriqueció para siempre la historia del cine (si no es que
la transformó) con El arco ruso, sino
que (por si no vieron esos filmes o no les importan, les digo), en esas
escalinatas frontales, la actriz con nombre de esposa de Shakespeare (Anne
Hathaway, para que me entiendan), ataviada como princesa moderna, discutía con
su príncipe azul (un periodista del New
York Times, por supuesto) en la película El diablo viste a la moda.
Por cierto que no deja de constituir
una curiosidad entre aves de rapiña el hecho de que haya filmado frente a la
casa de Slim la estrella que se acaba de ganar un Oscar por mutilar la obra de
Víctor Hugo cantando una música gritada y/o tediosa que nada tiene que ver con
la variedad de sonidos que el libro evoca (Los
miserables, la novela por la que empecé a estudiar francés: “Yo quiero ser
capaz de leer este libro en su idioma original”, me dije, y así lo hice), pues,
pese a que los productores del musical han ganado más de 130 millones de
dólares cantando por todo el mundo la injusticia
social, la intérprete subió al estrado a recibir su premio diciendo que espera
que pronto llegue el día en que se acabe la desigualdad económica.
Si creyera en la astrología diría que nada de esto es
casual, que el planeta Plutón fue rebautizado como Pluto, el dios de la
riqueza, y que se alineó con la constelación del día en que nació Shylock (por
aquello de la avaricia, por el nombre de la actriz y porque El mercader de Venecia es acaso la única
obra de Shakespeare en la que se menciona específicamente a México: “...I understand moreover, upon the Rialto,
he hath a third at Mexico”[1]).
Pues es precisamente Carlos Slim, el empresario más rico del planeta por tres
años consecutivos según la revista Forbes
(2010-2012) a quien le debemos que en México existan esas Fantines a las que Anne Hathaway dice desear conjurar, o que en
Ciudad Juárez a las jóvenes les vaya incluso peor.
Silogismo simple: en un mundo de abismales
desigualdades económicas, ¿el hombre más rico del mundo no es también uno de
los más injustos? Si la ciudadanía mexicana —tan crédula ella—, responde que no
a la anterior pregunta, permítaseme reformularla: ¿un hombre magnánimo necesita
pagar un equipo de publicistas para que digan que es justo? ¿Un benefactor necesita
prohibir que su página en Wikipedia sea editada, censurar a todo aquel que
inserte críticas y aceptar sólo lisonjas?
En la llamada “enciclopedia libre” del ciberespacio,
Slim se define a sí mismo como “filántropo” y no deja que nadie lo contradiga.
¿Un hombre verdaderamente generoso necesitaría pagar a Wikipedia para que nadie
cambie sus elogios? ¿No le correspondería más a la humanidad “beneficiada”
juzgarlo? En Nuestro informe sobre Slim a
Ocupa Wall Street, el periodista Óscar Enrique Ornelas expone cómo el
monopolio de Slim no habría prosperado tan rápidamente sin la colaboración del
gobierno de Salinas de Gortari. Se trata de un reportaje profesional publicado
en línea.[2]
¿No debería también aparecer esto en la entrada sobre Carlos Slim en Wikipedia?
Lo que menos aún puede describirse en un diccionario
enciclopédico ni en ninguna fotografía digital es la participación consciente
que tuvieron los intelectuales “críticos” y “de izquierda” en la meticulosa
labor de perpetrar y preservar la plutocracia de Slim. ¿O van a creer que una
mesera de Sanborns’, un office boy de
Telcel tienen la misma responsabilidad en el desastre mexicano que un
intelectual “crítico” como Germán Dehesa, Carlos Monsiváis o Epigmenio Ibarra
al aceptar la “ayuda financiera” de Slim y ayudarle a esconder sus secretos?
Por supuesto que no: la mesera o el empleado de Telcel venden su trabajo asalariado.
No pertenecen a la clase intelectual. No contribuyen a comprar las mentes y los
corazones a favor de uno de los más grandes acaparadores del mundo, para que
nadie pueda protestar ni en Wikipedia, y para que los Javerts de México sigan culpando a los indios más pobres por no
resignarse a su infortunio astrológico.
Malú, he leído tu texto sobre Slim y me ha gustado mucho, aunque "gustado" no es la palabra. Me ha dejado una especie de rabia triste, y una indignación que prefiero distraer, y seguir con mi escritura y mis lecturas de todos los días. Y una cosa me alegra de todo esto: saber que tú escribiste este flechazo que muchos deberíamos saber, sobre la injusticia que otros muchos como Slim, ejercen sobre los miserables de México, sobre los pobres, que no puede levantar la cabeza de su historia, ni pueden embonar palabra que vayan como ese flechazo tuyo, a dar a la cabeza que lo necesita recibir. Me ha inquietado mucho tu texto, gracias.
ResponderEliminarLa historia de Slim comenzó cuando su primo de apellido Helú y Roberto Hernández, eran empleados de la Bolsa de Valores de México ubicada, en ese entonces, en un local de la calle de Isabel la Católica en el D.F., no tenían muchas empresas registradas, ellos le avisaban las que estaban emproblemadas económicamente, él las compraba y aprovechando sus grandes facultades de empresario, les invertía, las levantaba y las vendía con jugosas ganancias hasta que, se le apareció San Carlos Salinas de Gortari y le vendió TELMEX, aunque se rumora que Salinas es el socio secreto.- De allí en adelante todo ha sido miel sobre hojuelas, siempre figura dentro de los tres hombres más ricos del mundo, a excepción de los SIETE BANQUEROS JUDÍOS. dueños del todo dinero del mundo, incluyendo el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos.- Respecto a su primo Helú y Roberto Hernández, ambos fueron dueños de Banamex y son millonarios.-
EliminarMe gusta tu texto. Suelo leerte porque publicas cosas que los demás no sabemos y creo que, en parte, para eso se publica. Sigo, sin entender, sin embargo, tu rabia contra todos aquellos de izquierda que no son zapatistas. Yo te leo con interés y no soy zapatista, ni tengo elementos para serlo; más bien dudas para simpatizar con ellos. Así que, como todo lector tomo lo queme es útil y desecho lo que no me parece. Claro, si le quitaras la rabia a os nozapatistas amenizarías nuestra lectura. Un saludo.
ResponderEliminarPues yo creo que no la entiendes porque es una invención tuya, "Amalgama Arte Editorial". En ninguno de mis escritos se puede leer, ni explícita ni implícitamente, que yo tenga "rabia contra todos aquellos de izquierda que no sean zapatistas". A menos que consideres que Slim y sus empleados son "de izquierda", en cuyo caso por supuesto no estamos de acuerdo.
ResponderEliminarYo agradezco tu texto porque, como sueles hacerlo, lo sustentas en argumentos serios, sólidos e innegables y vas directo a lo que es.
ResponderEliminarComo siempre, también, hay quien dice estar de acuerdo, pero lamenta el tono. Como si la indignación no fuera lo mínimo que pueda despertar ese emblema monstruoso del neoliberalismo creado por Salinas y los títeres que ha puesto en la presidencia desde el final de su mandato.
Y es que en México hay esa especie de actitud "izquierdamente correcta" de aquellos a quienes les da escozor que se roce con el pétalo de una palabra a sus respectivos emblemas monstruosos creados por el mismo sistema, pero que se dicen "de izquierda".
En México no hay izquierda. Están, por un lado, los zapatistas, desentendidos desde hace tiempo de la partidocracia por estar ocupados en su proyecto, y una derecha multicolor integrada por trapecistas que según las conveniencias, se columpian de un lado al otro en el circo de la simulación. Saludos, Malú.