Y se levantó una espigada ola desde la última fila del público. Me preguntó si mi novela, Crimen sin faltas de ortografía no constituía una severa crítica a los desfiguros de la generación del '68. Tenía yo 26 años. ¿Cómo lo iba a saber? Pero el hombre tenía razón: lo era. Ni siquiera lo vi cuando empecé a pagar las consecuencias de quienes sí lo entendieron así. El lector sabía más que la escritora.
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