sábado, 13 de enero de 2018

Árboles de Navidad en enero


Los árboles de Navidad arrumbados en las calles de Nueva York son la expresión más elocuente de todos los males de nuestra sociedad: destruimos bosques para privarnos de oxígeno y acabar con el planeta, y enseñamos a nuestros hijos a hacer lo mismo, en honor a un mes de consumismo frenético que decimos practicar «por nuestros niños».
     —Es que le hace mucha ilusión —decimos, sabiendo que a un niño le hace igual o más ilusión ir a un bosque de pinos.
     Cada vez que vamos a las tiendas a comprar más, nos decimos que a nosotros no nos importa tanto el ritual del pino, las esferas y los regalos, pero que a alguien muy cercano a nosotros (hijos, parejas, padres) sí. Que nada es importante que complacer a ese idiota que no puede terminar el año sin tener en su casa un árbol talado para tirarlo en enero.
     Claro que no es cierto: lo hacemos sabiendo que es una costumbre destructiva en más de un sentido: ambientalista, ético, intelectual y educativo, por ejemplo, pero le echamos la culpa a Fulanito a quien «la Navidad le ilusiona». Lo hacemos porque no nos atrevemos a hacer algo menos destructivo.  Encima, nos decimos a nosotros mismos que todo eso es porque Dios nació. Sabemos que, de ser cierto, Jesucristo no nació al pie de un pino, y que la tala de pinos honra la celebración más antigua del solsticio de invierno en países nórdicos, pero nada de eso nos importa. Seguimos apoyando la tala de árboles y comprándolos para tirarlos así, al mes siguiente.


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