martes, 24 de junio de 2014

No es censurar: es conocerte y verte en el espejo de tu país


Cualquier palabra puede ofender si está bien utilizada. 
            Pero no se trata de eso, ¿o sí?
Hace algún tiempo, Marcelino Perelló aseguraba que la palabra “puto” no es ofensiva, por lo que invitó a su programa de radio Sentido contrario a un actor homosexual y se dedicó a decirle que no hay nadie más puto que él durante los primeros cinco minutos de su soliloquio, insistiendo en que no por ello lo estaba ofendiendo.
            —No me gusta el término, ¿eh? Te lo aclaro —le comentó amablemente su invitado, el gran actor Ramón Barragán, quien tanto nos ha enseñado en el teatro mexicano sobre diversidad sexual, y que además, y sobre todo, es un artista escénico extraordinario.
            Hasta el orgulloso e irrefrenable Perelló tuvo que dejar de injuriar a su entrevistado. Esto no quiso decir en ningún momento que Barragán lo censurara. Lo único que hizo fue hacerlo tomar conciencia del significado y la carga ofensiva de una palabra.
            No me malentiendan: como escritora, sé que cualquier palabra puede ofender si está bien utilizada. Pero hay las que ni siquiera necesitan un buen manejo del lenguaje. Ésas son las bien llamadas “malas” palabras. Se les llama así por efectivas. Porque funcionan con ese efecto agresivo en casi cualquier contexto de la mayoría de sus usuarios (esto es, los habitantes y emigrados de una nación, pues como bien decía Ciorán: “No se habita un país, se habita una lengua; una patria es eso y nada más”). Podría decirse que la distancia de la patria se mide por la cantidad de población que comparte los mismos referentes para entender una grosería vergonzante o un chiste estúpido. Pero eso no le quita lo idiota al chiste, por ejemplo.
            Ciertamente, en casi cualquier cultura, las groserías están relacionadas con algún significado humillante para las mujeres y los homosexuales, y si lo pensamos mejor (cosa que nunca hacemos), las palabras contra los homosexuales denigran porque los comparan con mujeres, un género que, se supone, es lo más inferior y asqueroso que se puede llegar a ser. En todas las culturas, la censura de ciertas palabras es lo que las convierte en “malas” y más molestas aún. No sé si todo eso justifique que se sigan empleando para ofender, pero que sí es verdad desde tiempos inmemoriales es que la censura sólo intensifica la carga pecaminosa de la palabra, por un lado —lo que toca a su contenido erótico—, y por otro, el efecto insultante.  ¿Querrá decir que la especie humana nunca cambiará, que ser materia consciente de sí misma en el universo quiere decir ser materia sexista y homofóbica? No sé.
En todo caso, si bien individualmente hacerse consciente de la carga de una palabra y su contexto es una gran herramienta, a escala masiva representa un paso cualitativo en la evolución de una cultura. De ahí la utilidad de la sanción, que no de la censura. La sanción permite afrontar las consecuencias de la carga de una palabra. La censura, en cambio, la vuelve más perdurable. Si la FIFA impusiera una sanción al técnico del equipo mexicano de futbol, si cumpliera su propio Código de Conducta, haría que las masas de televidentes mexicanos enfrentaran las consecuencias de una cultura que nunca se cuestiona a sí misma ni decide nada de manera colectiva y consciente: la de los aficionados al futbol.
Desde la semana pasada bullen exhaustivos análisis semánticos y etimológicos en el nido de gorjeos virtuales y en la feria de vanidades que son los artículos de los opinólogos mexicanos. En parte, ello se debe a que en muchos diccionarios se dice que la palabra “puto” es “de origen incierto” (tiene que ser un hombre el que escribió eso, me digo, y me río). Acabo de leer el artículo más rebuscado sobre la etimología de la palabra “puto”, que se remonta a la antigua Grecia y a los erastés. ¿Pueden creerlo? Todo para no decirnos que “puto” es el masculino de “puta”.
Así es. No es tan “incierto” el origen; en realidad es más sencillo y bárbaro de lo que parece: para no variarle, lo que está en juego es siempre la comparación con las mujeres, con su “falta de pureza”  su virginidad (putrere  en latín quiere decir pudrirse, pudere es tener o sentir vergüenza) y su compra-venta. Si bien algo de lo más horroroso que puede haber es una mujer, porque —como se sabe— siempre traiciona y se prostituye, la mejor forma de insultar a un hombre homosexual es llamarlo como a las mujeres, y no como a las vírgenes sino como a las vendidas.
Otro dato curioso: en todo el tiempo que los opinólogos y sus seguidores han dedicado a publicar artículos y a tuitear, bien podrían haber firmado una petición pública solicitando a la FIFA que cumpla su propio reglamento, ¿verdad? Nadie lo hizo. ¿Por qué? Porque sería una medida humanitaria pero impopular. 
Yo sí me tomé un tiempo y, una vez más, los invito a firmar esta petición. Seamos impopulares, pero racionales. Tal vez llegue el día en que no haya que vejar a un grupo poblacional para que otro se divierta.

           

6 comentarios:

  1. Es muy cierto, Malú. Al final, se trata de divertirse vejando. No hay más.

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  3. "México es un país donde se ultraja, se tortura y se asesina a los homosexuales y a las mujeres por el mero hecho de serlo. Los hombres heterosexuales mexicanos no conocen ese peligro ni esa forma de discriminación. La homofobia y la misoginia en México cobran cientos de miles de vidas. Esta realidad no se soluciona con legislaciones. Requiere un gran cambio cultural, y la FIFA tiene ahora en sus manos una gran oportunidad de iniciar ese cambio en el campo de juego educativo más inmediato y masivo: el de la afición al futbol. Sería una medida impopular pero humanitaria."

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  4. Firmo! Tienes toda la razón.

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  5. Firmado. Me da vergüenza mi país.

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  6. De acuerdo con las teorías sintéticas de la comunicación, "decir" es "hacer". Por la conciencia y contra la violencia en cualquiera de sus formas, yo firmo.

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