Eugenia León con Malú Huacuja del Toro. Fotografía de Ximena Cuevas. |
Alguna vez,
cuando trabajaba para Eugenia León,
ella me pidió que fuera a visitar a un lector de Tarot y adivinador con tan buena reputación entre sus círculos de creyentes que exigía llevar grabadora y casete (eran los años previos a la revolución digital) para guardar registro de sus presagios: esa confianza tenía en sí mismo. No sólo eso: Eugenia me quería tanto que insistió en pagarme el costo de la lectura adivinatoria. Yo me sentí mal porque no quería hacer sentir menos a esa gran cantante mexicana, y sabía que lo decía porque me deseaba el bien (eran los años previos a la involución pejista). No quise dar explicaciones que para mucha gente resultan ofensivas, que es que las figuras con popularidad en los ambientes artísticos y de promoción cultural de cualquier país son blanco de todos los charlatanes (un amigo, por ejemplo, tiene la mente maniatada por vividores que le hacen “curaciones” de hechicería y limpias en su oficina y que lo ponen a rezar a los santos). Tampoco quise explicar en qué creo y no creo. Así que accedí.
ella me pidió que fuera a visitar a un lector de Tarot y adivinador con tan buena reputación entre sus círculos de creyentes que exigía llevar grabadora y casete (eran los años previos a la revolución digital) para guardar registro de sus presagios: esa confianza tenía en sí mismo. No sólo eso: Eugenia me quería tanto que insistió en pagarme el costo de la lectura adivinatoria. Yo me sentí mal porque no quería hacer sentir menos a esa gran cantante mexicana, y sabía que lo decía porque me deseaba el bien (eran los años previos a la involución pejista). No quise dar explicaciones que para mucha gente resultan ofensivas, que es que las figuras con popularidad en los ambientes artísticos y de promoción cultural de cualquier país son blanco de todos los charlatanes (un amigo, por ejemplo, tiene la mente maniatada por vividores que le hacen “curaciones” de hechicería y limpias en su oficina y que lo ponen a rezar a los santos). Tampoco quise explicar en qué creo y no creo. Así que accedí.
Ahora me alegra
que el charlatán me haya pedido grabarlo. Aquello ocurrió a mediados de los 90.
No sólo dijo ambigüedades que se pueden aplicar a cualquier destino, sino que
omitió lo principal: que yo, apenas dos años después de esa lectura, iba a
emigrar violentamente a vivir a otro país durante más de diez años. Díganme los creyentes: ¿no es como para que un acontecimiento tan importante se vislumbrara en
su bola mágica?
Por desgracia vivía a un lado de un "Centro Espiritual". Varios brujos trabajaban ahí. Fui testigo de como embaucaban a enfermos terminales, personas con familiares desaparecidos, etc. Jamás solucionaron nada. Sin embargo, las personas continuaban acudiendo a ellos. No critico a los que la necesidad y el desespero los llevan a estas personas, pero estoy seguro que estos videntes deberían ser juzgados como los peores de los criminales. Basta ver el caso de Sylvia Browne y Shawn Hornbeck. Y a pesar de los avances cientificos, nuevas versiones de estos embaucadores siguen apareciendo y rápidamente se vuelven estrellas (regionales o internacionales) tal como Theresa Caputo. Quizás nunca se acaben, ya que mientras haya seres humanos habrá tragedias que obliguen a las víctimas a buscar a estos charlatanes.
ResponderEliminarBueno, la mayoría de las personas, si se lo confiesan, adorana a un solo Dios: el dinero. De ese hay pquísimos ateos...
ResponderEliminarEs que que aquel adivino no era Dios. Por eso no podía saberlo.
ResponderEliminarJA, JA. Touchée. Muy bueno.
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