Exigir la publicación de las cartas de un escritor
sin su autorización me parece lo mismo que si se pidiera que fuesen grabadas y difundidas
por todo el mundo las conversaciones de alcoba o telefónicas de alguien que no
es un narcotraficante ni un político delincuente. Si la persona no cometió un
crimen, si no está involucrada en el narcotráfico o no hay nada ilícito qué probar
(o sea, si el señor no es Peña Nieto o Raúl Salinas, por ejemplo; si no se trata de un Bejarano cualquiera recogiendo fajos de billetes), y sin orden de
cateo, ¿con qué derecho exigen publicar la correspondencia privada de cualquier
persona? ¿Nada más porque es escritor? ¡Pero
si en ese momento no estaba elaborando un trabajo literario! Su epistolario amoroso
o amatorio es casi lo mismo que una conversación en su cama, tal vez en uno de los momentos más conmovedores de su existencia. ¿Hay que esconderle
micrófonos en el cuarto, grabarla toda y transcribirla para ver qué dice y
“obtener información fundamental sobre su vida”, como se está argumentando para
apresurar la publicación de las
últimas cartas de Lorca? El destinatario quiso hacerlas públicas. El autor,
quizás no.
Y, cuando la carta no va dirigida a la pareja, pues
también: puede ser lo mismo que una charla telefónica entre dos cuates (¿habrá que intervenirles la línea para que un editor venda más?), o como si dos amigos estuvieran platicando
en un café y de pronto les metieran micrófonos o cámaras para convertirles su
tarde en un reality show, sólo porque
uno de los dos contertulios firmó un contrato para tal efecto con una televisora,
pero el otro, no. Si no es un
delincuente o alguien bajo sospecha de algo, no entiendo por qué su correspondencia
privada no puede ser conservada en una biblioteca con acceso restringido a
quienes tengan la capacidad de leerla como un cúmulo de documentos fechados y contextualizados.
Los académicos, por ejemplo.
Federico García Lorca no escribió esas cartas con
la intención de que las leyeran millones y millones de personas. Yo sé que en
estos tiempos de exhibicionismo tuitero
a la gente, por el contrario, le escandaliza la intimidad: “¿Que qué? ¿Perdón?
¿De qué hablas? Pero si a mí me encanta que mis diez mil contactos mal llamados
‘seguidores’ se enteren de que estoy haciendo pipí o que ya me emborraché” replicarían éstos,
en menos de 140 caracteres. Pues sí, pero por eso precisamente nadie más que
ellos les publica sus trivialidades. A menos que paguen una buena lana a una editorial y se autopubliquen
sus tuits. Que los hay. Y las hay. Pero
eso es una historia que les contaré después de muerta.
¿Y qué nos dices de las cartas pornográficas de Joyce, Malú?
ResponderEliminarQue el mundo no se habría privado de su "Ulises" sin las cartas húmedas a Nora. Al académico le sirven esas masturbaciones para entender mejor su obra y puede enmarcarlas en ese contexto, mas yo no veo por qué pueden ser publicadas igual como folleto, lo que no era la intención del autor.
ResponderEliminarTú cómo sabes.
EliminarYo no lo sé, Anónimo. Lo supongo. A menos que aclare lo contrario.
EliminarComo expresión permanente de la palabra, las cartas definitivamente son un instrumento no sólo útil sino hasta necesario a la hora de darse a conocer lo dicho en sus textos: miles de lectores en todo el mundo sabrán lo que acontecía en ese momento y hasta en un determinado momento habrán de comprender las circunstancias de aquellos pensamientos vertidos sobre el papel.
ResponderEliminarPero en una situación tan delicada como lo es la vida privada, el más íntimo rincón de las personas dentro de su esfera de acción individual, juzgo injusto por decir lo menos el hecho de que se quieran difundir cualesquiera documentos de esta naturaleza. Aún si su autor está muerto. En este caso, nuestro deber sería pensar que mejor suerte para la otra, en el entendido de que cuando se violenta la citada esfera es tanto como exhumar un cadáver, dado que no es el sentimiento de interés sino de morbo la motivación para saber el contenido del escrito.
Creo que no es ético.
Saludos.