Palabras de Cecily McMillan, activista del movimiento antisistémico Occupy Wall Street, el día de su liberación
Hace cincuenta y nueve días, los gobiernos municipal y estatal de Nueva York me etiquetaron como criminal. Los millonarios y multimillonarios —que tenían un interés personal en silenciar una protesta pacífica sobre las crecientes desigualdades en Estados Unidos—, coaccionaron el sistema de justicia, manipularon las pruebas y de pronto me convertí en una persona peligrosa y diferente de los ciudadanos que respetan la ley. El 5 de mayo, el jurado deliberó sobre su veredicto, el juez me consideró indeseable y los oficiales me hicieron cruzar ese puente [el puente de la isla-reclusorio] y me encerraron ahí. Desde el exterior, pasé mi tiempo en cautiverio luchando por libertad y derechos. Desde dentro, descubrí un mundo donde palabras como libertad y derecho, en primer lugar, ni siquiera existen. Entre ahí con un movimiento y salgo de ahí como representante de otro. Ese puente que está ahí, que divide a la ciudad de la isla Rikers, divide a dos mundos: hoy, espero unirlos más. Al cruzar de vuelta, tengo un mensaje para ustedes de varias ciudadanas preocupadas, que actualmente están cumpliendo condena en el Centro Rose M. Singer.
Se supone que el encarcelamiento es para prevenir el crimen. Se supone
que es para castigarnos y después devolvernos al mundo exterior listos para
empezar de nuevo. El mundo que yo vi en Rikers no está preocupado por eso.
Muchas de las tácticas empleadas están dirigidas a una simple deshumanización.
Con el interés de hacer que la instalación recupere su misión y restaure
dignidad a sus internas, nosotras, las mujeres de Rikers, tenemos varias demandas
que harán más funcional este sistema. Éstas fueron elaboradas colectivamente
para que yo las leyera ante ustedes hoy.
Antes que nada, exigimos que se nos proporcione atención médica
adecuada, segura y puntual en todo momento. Eso desde luego incluye servicios
de atención a la salud mental y la posibilidad de solicitar doctoras mujeres en
todo momento, si así lo deseamos, para nuestra seguridad y comodidad. Muchas
veces tenemos que esperar hasta 12 horas al día para una simple consulta
clínica, y a veces entre 12 horas y una semana completa antes de poder
consultar a un doctor.
Las mujeres de Rikers tienen una especial urgencia respecto a esta
demanda debido en particular a un suceso reciente. Hace como una
semana, nuestra amiga Judith murió como resultado de una inadecuada atención
médica. Judith llevaba un tiempo en esta prisión pero no fue trasladada a
nuestro dormitorio 4 Este A —donde yo fui alojada— sino hasta unos días antes de su
muerte. Hacía poco había estado en la enfermería por un problema en la espalda
y se le había recetado durante algún tiempo pastillas de metadona. Pocos días
antes de morir, decidieron cambiarle la medicina por líquido, a pesar de que
ella se negaba. Le dieron una dosis de 190 mg., lo que cualquier doctor puede
decir que es una dosis peligrosa, mucho más alta de lo que cualquiera debe
estar tomando, a menos que se trate de una grave emergencia. No se le permitió
a Judith rechazar la medicina o visitar la clínica para que le ajustaran la
dosis.
A los tres días de tomar esa dosis, Judith ya no pudo recordar quién era
ni dónde estaba, y había empezado a toser sangre junto con algo que nosotras
pensamos que eran pedazos de su hígado. Tratamos de conseguirle tratamiento
médico el día entero y no lo logramos; en cierto momento se nos dijo que “no
era una emergencia”, pese al hecho de que Judith estaba cubierta de sangre. En
la noche por fin se la llevaron al hospital, donde estuvo en condiciones
críticas antes de morir, unos cuantos días más tarde. Éste fue un caso claro de
negligencia médica, tanto por la dosis ridículamente alta de metadona como por
haberle negado un tratamiento adecuado. Historias como ésta son demasiado
comunes en Rikers Island, y exigimos que ya no más compañeras nuestras sucumban a la
enfermedad como consecuencia de una inadecuada atención médica.
Nuestra siguiente demanda es que los oficiales de las correccionales
estén obligados a apegarse en todo momento al protocolo que tienen, y que en
cierto momento, pronto, ese protocolo sea examinado para asegurar que todas las
reglas y procedimientos sean en el mejor interés de los internos. También
exigimos tener una vía clara y directa de presentar una queja que sea tomada
seriamente y examinada completamente, para que los oficiales puedan ser
adecuadamente sancionados y apartados del área rápidamente cuando abusan de
nosotras o nos ponen en peligro.
Recientemente, mi amiga Alejandra fue a presentar una queja porque se le
negó el acceso al tratamiento médico por una concusión hasta que una mañana se
despertó sin poderse mover. Cuando vio a la capitana después de haber tramitado
la queja, le presentaron una hoja diferente con una queja diferente de la que
había entregado y fue obligada a firmarla. Las internas deberían poder confiar
que estas situaciones ya no serán motivo de preocupación y que nuestra
seguridad y dignidad serán respetadas por los encargados de supervisarnos. Hay
un protocolo claro ya establecido en el manual del interno para los oficiales,
pero pocas veces lo siguen. Los oficiales tienen permitido componer las reglas
sobre la marcha y salirse con la suya, cosa que encontramos inaceptable.
Nuestra última demanda es que se nos proporcionen servicios de
rehabilitación y educación que nos ayuden a curar nuestras adicciones y a
adquirir nuevas aptitudes, y que nos facilitarían mucho más ajustarnos al
exterior y conseguir empleo cuando seamos liberadas. Especialmente para nuestra
educación quisiéramos tener acceso a clases para pasar más allá de la prueba de Desarrollo Educativo
General (GED), de mantenimiento, y de manejo básico de computadoras, acceso a
una biblioteca, y clases de inglés para quienes están tratando de aprender el
idioma. Pensamos que añadir estos programas nos ayudaría considerablemente a
prepararnos para salir y reingresar al mundo, lo que disminuiría los índices de
encarcelamiento.
Asimismo, tenemos la firme impresión de que Rikers Island necesita tener
mucho mejores programas de rehabilitación de drogas. Muchas mujeres que llegan
aquí son adictas y muchas son encarceladas porque son adictas. Parece que ése
es el aspecto al que se debe la mayor tasa de reingresos a la cárcel. Probablemente
es el resultado directo del fracaso de los escasos programas que nos dan. Por
lo tanto, parece lógico que se brinden programas serios y eficaces de rehabilitación
de drogas a quienes los necesitan, asumiendo que al Departamento de Correccionales
le gustaría ayudar a trabajar para lograr una sociedad mejor y más saludable y
mantener fuera de la cárcel a la mayor cantidad posible de personas.
Trabajar con mis hermanas para organizar un cambio en los confines de la
cárcel ha fortalecido mi creencia en una democracia participativa y en la
acción colectiva. Es para mí una inspiración la resistencia de la comunidad que
he encontrado en un sistema que está amañado en contra nuestra. La única
diferencia entre la ciudadanía a la que llamamos “respetuosa de la ley” y las
mujeres con las que cumplí mi tiempo de sentencia es la desigualdad en el
acceso a los recursos. Al cruzar el puente me veo obligada a mirar atrás y
reconocer que estos dos mundos no están divididos. El tribunal de justicia me
mandó aquí para atemorizarme a mí y a
otros y silenciar nuestra inconformidad, pero tengo el orgullo de salir
diciendo que el 99% está, de hecho, más fuerte que nunca. Continuaremos
luchando hasta que ganemos todos los derechos que nos merecemos como ciudadanos
en esta tierra.”
Cecily McMillan
2 de julio de
2014
Valiente discurso, pero no sólo eso: resulta esperanzador.
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