viernes, 16 de junio de 2017

Todas, junto con todos, estamos prohibidas... por ahora

Antipostales de Nueva York*
Malú Huacuja del Toro


No me queda ya duda: si en la época en que Calígula hizo senador a su caballo hubieran existido redes de comunicación ciberespacial, habrían sido contratados tuiteros, troles y youtubers para convencer a la opinión pública sobre los beneficios de contar con un caballo tan ilustre en el Senado, lo razonable que es eso y cuán perjudicial fue para el pueblo haber pasado tantos años sin senadores de otra especie, en particular equina. Disfrazados de “prole sincera”, los controladores de opinión pagados por el dictador habrían insultado con mayúsculas, con carcajadas acrónimas, acrónicas y acrimónicas, y con memes de heces fecales, a cuanto cibernauta hubiera osado preguntar cómo es posible que un caballo tome decisiones cruciales para el país. Mientras tanto, otros ciberpiojos a sueldo trabajarían sobre el aspecto “intelectual” simulando apegarse al “periodismo objetivo” para fundamentar “con hechos” tal despropósito. En las redes secretas de escribanos se ofrecerían empleos para tuiteros expertos en avasallar a sectores específicos de la población hasta lograr enterrar en las entrañas del inconsciente colectivo la obviedad de que Calígula estaba loco, que se creía Dios y que los caballos no pueden votar.
     A la par del desarrollo de la tecnología digital, los métodos de los influencers son cada vez más sofisticados. Y pareciera que sólo los gobiernos, las empresas y las figuras mediáticas contratan “expertos publicistas” pero nos olvidamos de que el narco, por su cuenta, también tiene una fortuna millonaria para andar difamando a las víctimas de feminicidios, por ejemplo (sembrándoles actividades ilícitas, si es necesario). No por mero azar México está entre los diez países del mundo con mayor porcentaje de usuarios de Twitter según estudios de la Cepal. Nos enorgullecemos (no sé por qué), pero en realidad eso habla de una economía basada en el crimen organizado y sus encubrimientos.
     No obstante, además de los dichos servicios depredadores de la razón, gracias a las nuevas tecnologías digitales las masas espontáneamente también demuestran lo que no entienden, que no es una efímera tendencia temática condenada a desaparecer en tres días, sino por el contrario, sus más arcaicos prejuicios y taras culturales.
     Así como desde la distancia del tiempo nos parece una locura la defensa del caballo hecho senador, a lo lejos parecería increíble que se critique una manifestación nacional contra las violencias de género en un país donde diariamente mueren más de cinco mujeres víctimas de feminicidios, donde las adolescentes pueden ser secuestradas, violadas, desmembradas y arrojadas a los basureros o a las fosas comunes sin que haya castigo para los criminales o donde ninguna usuaria joven del transporte público o simple viandante haya escapado del acoso sexual y lo único que se le ocurre al jefe de gobierno de la Ciudad de México para solucionarlo no es educar a los hombres sino ponerles un silbato en la boca a las mujeres. En ese país, repito, en principio resultaría ilógico que una protesta nacional feminista fuera motivo de crítica y ciberlinchamiento. Sin embargo, eso fue lo que ocurrió.
Porque a primer vistazo se ve absurdo, pero desde dentro de una milenaria tradición patriarcal las cosas son un poco más complicadas. Ese día, mujeres que nunca se habían atrevido a hablar contaron “su primer acoso” sexual en redes sociales, con lo cual dejaron consternada a una población masculina solidaria que honestamente desconocía la dimensión del fenómeno; esto es, muchísimos hombres heterosexuales y homosexuales que son conscientes del problema pero no habían podido sopesar lo que todas las mexicanas sabemos: que rara vez hay una mujer que no haya sido acosada o violada en algún momento de su vida y que la policía mexicana no está para ayudarla, sino también para atacarla.
      La ola que las mujeres de México lograron levantar bajo la  etiqueta #MiPrimerAcoso generó algo más agitador que un tuit viral: la reflexión. Pero precisamente por su potencia debió encontrarse con la marea de cuatro mil años de Historia con mayúsculas y con Cristo de por medio que rápidamente, ésa sí de manera espontánea, se organizó antes de que ese oleaje se hiciera maremoto.
Se expresaron con herramientas modernas, pero sus argumentos son tan antiguos como la historia de la humanidad cada vez que un sector oprimido de la población se visibiliza. De hecho, sus deducciones no son muy distintas de las que se oponían a que las mujeres votaran hace cien años. Recordemos: “En primer lugar vienen los argumentos galantes, de género: amamos demasiado a la mujer para dejarla votar; se exalta […] a ‘verdadera mujer’—nos describe Simone de Beauvoir—: perdería su encanto votando”. Bajo igual premisa, los mexicanos de hoy inmediatamente instauraron un “verdadero feminismo” en oposición a uno “falso” que era el que se manifestaba en las calles ese domingo, pues “esas feministas vulgares”, gritonas, semidesnudas o pintadas, denigraban la “verdadera lucha”. Hubo un tipo que incluso decidió que “las verdaderas feministas” eran “las de los años setenta”. Curiosamente, las “de verdad” de los años 70 fueron en su momento vilipendiadas como putas. Todo tiempo pasado fue mejor, porque de lo que se trata es de ponerlo en un pedestal y desautorizar a las insumisas. También se recurre espontáneamente a la minimización del problema: “La mujer tiene todo que perder y nada que ganar si vota. La mujer gobierna a los hombres sin necesidad de una boleta de votación”, nos recuerda De Beauvoir que decían los hombres en 1916, lo que en 2016 se tradujo en: “¿De qué se quejan? La situación no está tan mal. También hay muchos asesinatos de hombres. También hay hombres que son acosados”, etcétera. Un tipo que se apoda Callodehacha afirma que en México las mujeres gozan de los mismos derechos que los hombres pero son más privilegiadas. Y otro, llamado Luis Cota, arremetió una y otra vez en defensa del término feminazi. En modo alguno le interesa que el nazismo nada tenga que ver con la vida y la defensa de los derechos humanos, sino todo lo contrario (limpieza étnica, aniquilación de razas y pueblos enteros).
     Este mismo individuo alegaba que la segregación de género en los vagones del Metro como medida temporal de protección y de educación es una “violación a la Constitución Mexicana” y a su derecho de subirse a cuantos vagones en el Metro quiera —sin entender que lo que sería anticonstitucional es que se le impidiera usar el transporte colectivo por ser hombre—, un planteamiento por el cual también podría exigir dormir en cunas o meterse a las piscinas para niños, pues lo contrario sería “inconstitucional”. Y le parecía graciosísimo burlarse de la demanda feminista de incluir en la lengua castellana el género.
     Pero, aunque a tantos hombres les disguste, la inclusión de género y diversidad sexual en la lengua española terminará ocurriendo irremediablemente, de la misma manera que la “Real Academia” dejará de ser monárquica: se le quitará lo “real” y comenzará a ser realista, aunque no tan rápido como estamos dispuestos a decir taguear en lugar de “enlazar”, restartear en lugar de “reiniciar” y “sirvienta y sirviente” o sin reírnos, mas no “presidenta y presidente”. Y ni se nos ocurra que todo tiene que ver con el patriarcado. Cuestión de olvidos históricos nada involuntarios. Si pedimos la inclusión de género se nos dice que eso es gramaticalmente imposible, aunque a la hora de escribir feminazi para desautorizar la lucha de una mujer por respeto, a nadie le importa el rigor académico.
     La Real Academia tiene 44 miembros y sólo seis en funciones son mujeres: Carmen Iglesias, Soledad Puértolas, Inés Fernández-Ordóñez, Carmen Riega, Aurora Egido, y Margarita Salas (quien ingresó el mismo año que Arturo Pérez-Reverte, al que le debemos no sólo la glorificación del narco sino la de las mujeres mexicanas como putas y asesinas, y que ha sostenido peleas públicas burlándose de las feministas españolas para no aceptar el lenguaje de género inclusivo).  Próximamente ingresarán Clara Janés y Paz Battaner, nominadas el año pasado.
     Esas seis mujeres en nombre de la mitad de hispanohablantes debieron enfrentarse a 36 hombres para que no esté prohibido decir “todos y todas”, y por supuesto perdieron la discusión. La Academia estaba demasiado ocupada eliminando tildes necesarias como para abordar asuntos concernientes a la mitad de la población mundial. Nada más. ♦
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*Artículo publicado en la Digna Metáfora, junio de 2016. 

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