Los anteojos de la propaganda
Antipostales de Nueva York*
Malú Huacuja del Toro
¿Puede un gran periodista llegar a un país como México y rendir pleitesía a intelectuales que no conoce?
Decía Salvador Elizondo en un cuento memorable que las ciudades
“guardan en sus resquicios la posibilidad de toda suerte de mitos
estrafalarios”. La de Nueva York es ejemplo por excelencia y tradición, en
particular por sus estrambóticos viandantes, pero después de más de una década
de pasearla creo que no hay mayor mito que el que oculta esta gran urbe
vertical a la luz del Sol: sus habitantes somos el telón de fondo, los extras
de una película que proyecta el engaño del glamour. Ni al más despistado
turista le puede pasar desapercibida en algún momento la hostilidad de la gente
en la calle, la frustración cotidiana, las groserías de los empleados de
servicios, la indiferencia con la que un joven gana un asiento en el Metro y
deja parada a una mujer embarazada y cargada de bolsas, o la formidable
tranquilidad con la que un hombre blanco con porte de maestro universitario
puede quedarse de pie bloqueando con su portafolios de piel un corredor vacío
mientras una muchedumbre se amontona en el reducido cubo de la entrada: no una
vez sino muchas, porque eso es costumbre y no excepción.
El turista lo ve pero no quiere guardarlo en
sus recuerdos. Y si la ilusión de una vida maravillosa en la metrópolis de los
rascacielos persiste es porque, desde la Generación Prozac diseñada
por el ex alcalde Rudoph Giuliani, abundan los promocionales turísticos
fílmicos, televisivos, fotográficos y de novelas rosas. La teleserie El sexo y la ciudad
fue la bandera de su gobierno. Varias amigas queridas en México me dicen que
quieren ser Carrie Bradshaw, la protagonista, aunque sea un personaje imposible
en una ciudad inexistente. Me pregunto qué pasaría si en alguna de esas series
se representara lo que me contestó una joven pasajera de un autobús una noche
invernal en que me aquejaba una fuerte gripa, cuando insistía en mantener la
ventana abierta y le expliqué que estaba enferma:
—Es mi asiento y mi ventana. Si estás enferma,
vete al hospital.
Ni en género de comedia funciona ese
parlamento que aquí es lugar común. Pero, en fin…
La buena noticia es que no hay asaltos. Los
negros son rápidamente criminalizados por delitos menores o por nada; la
policía queda exonerada si les dispara a matar, pero no, no hay asaltos.
Tampoco hay periodistas ni escritores que nos recuerden el precio de esa
tranquilidad.
El paraíso terrenal tiene un equipazo de propaganda
y nos gusta creer en ella: ésa es la verdad. Mirar al mundo tal cual es en
estos tiempos resulta cada vez más doloroso e impopular. Por añadidura, antes
de que un buen fotógrafo capte la esencia de un momento, ya cualquier pésimo
camarógrafo tiene Instagram y cualquier generador de palabras tiene cuenta en
Twitter. Sus retratos desde los ángulos más desinformados y desafortunados
también distorsionan. A veces he estado en los mismos lugares y momentos que un
teléfono descerebrado encendido y con cuenta en YouTube. Lo que éste
registra y propaga no es necesariamente lo que sucede. No cualquiera con un
iPhone en la mano es Ryszard Kapuściński.
Kapuściński nos contaba el mundo tal cual era. Lo que no comprendo
de él es cómo, siendo un sagaz observador, un verdadero periodista y un
cronista tan extraordinariamente dotado, llegó a México asumiendo que era
verdad cualquier cosa que le contaran sus funcionarios de cultura y sus
intelectuales subvencionados por el gobierno. Pienso: si es usted un sagaz
reportero de visita a un país tan corrupto como el nuestro, en el que un
conocido narcotraficante se escapa de la prisión en motocicleta por un túnel
con rieles, ¿usted creería que los periodistas y escritores más premiados son
los más confiables? ¿O los mejores?
¿No sospecharía que, en un universo donde los estudiantes rurales
desarmados son masacrados impunemente y desaparecidos sin que se sepa nada de
ellos durante diez meses, tal vez también el periodismo y la producción
editorial pueden estar incorporados a ese sistema? Si usted se encuentra en
semejante territorio, digamos, con directores de periódicos famosos, que le
presentan a una serie de intelectuales como “lo más granado de la nación”, ¿les
cree? ¿No corrobora segundas fuentes? Es asombroso que Kapuściński tenga ojos
suspicaces para Etiopía, pero no para México. Con nosotros se tragó la píldora
completita: a Elena Poniatowska le dio un trato de colega a pesar de que la
calidad de cualesquiera de los libros de la multipremiada periodista dista
muchísimo de la de El Sha o El Emperador.
Por alguna razón a la gente no sólo le gusta creer en la
propaganda, sino en los propagandistas de alcurnia. Los británicos se precian
de ser objetivos, pero nada objetaron de la cuestionable lista de escritores
“representativos de nuestro país” elegidos para la Feria del Libro de Londres
dedicada este año a México, por ejemplo. Como si en un país controlado
por el narcotráfico los intelectuales se rigieran por un sistema completamente
al margen, ajeno a la cultura de las pandillas, los sobornos, las extorsiones y
los asesinatos ordenados desde el poder… aunque sean solamente metafóricos.
***
Publicado originalmente en La Digna Metáfora.
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