sábado, 8 de agosto de 2015

Antipostales de Nueva York: Los anteojos de la propaganda

Los anteojos de la propaganda


Antipostales de Nueva York*
Malú Huacuja del Toro
¿Puede un gran periodista llegar a un país como México y rendir pleitesía a intelectuales que no conoce?
Decía Salvador Elizondo en un cuento memorable que las ciudades “guardan en sus resquicios la posibilidad de toda suerte de mitos estrafalarios”. La de Nueva York es ejemplo por excelencia y tradición, en particular por sus estrambóticos viandantes, pero después de más de una década de pasearla creo que no hay mayor mito que el que oculta esta gran urbe vertical a la luz del Sol: sus habitantes somos el telón de fondo, los extras de una película que proyecta el engaño del glamour. Ni al más despistado turista le puede pasar desapercibida en algún momento la hostilidad de la gente en la calle, la frustración cotidiana, las groserías de los empleados de servicios, la indiferencia con la que un joven gana un asiento en el Metro y deja parada a una mujer embarazada y cargada de bolsas, o la formidable tranquilidad con la que un hombre blanco con porte de maestro universitario puede quedarse de pie bloqueando con su portafolios de piel un corredor vacío mientras una muchedumbre se amontona en el reducido cubo de la entrada: no una vez sino muchas, porque eso es costumbre y no excepción.
     El turista lo ve pero no quiere guardarlo en sus recuerdos. Y si la ilusión de una vida maravillosa en la metrópolis de los rascacielos persiste es porque, desde la Generación Prozac diseñada por el ex alcalde Rudoph Giuliani, abundan los promocionales turísticos fílmicos, televisivos, fotográficos y de novelas rosas. La teleserie El sexo y la ciudad  fue la bandera de su gobierno. Varias amigas queridas en México me dicen que quieren ser Carrie Bradshaw, la protagonista, aunque sea un personaje imposible en una ciudad inexistente. Me pregunto qué pasaría si en alguna de esas series se representara lo que me contestó una joven pasajera de un autobús una noche invernal en que me aquejaba una fuerte gripa, cuando insistía en mantener la ventana abierta y le expliqué que estaba enferma:
     —Es mi asiento y mi ventana. Si estás enferma, vete al hospital.
     Ni en género de comedia funciona ese parlamento que aquí es lugar común. Pero, en fin…
     La buena noticia es que no hay asaltos. Los negros son rápidamente criminalizados por delitos menores o por nada; la policía queda exonerada si les dispara a matar, pero no, no hay asaltos. Tampoco hay periodistas ni escritores que nos recuerden el precio de esa tranquilidad.
    El paraíso terrenal tiene un equipazo de propaganda y nos gusta creer en ella: ésa es la verdad. Mirar al mundo tal cual es en estos tiempos resulta cada vez más doloroso e impopular. Por añadidura, antes de que un buen fotógrafo capte la esencia de un momento, ya cualquier pésimo camarógrafo tiene Instagram y cualquier generador de palabras tiene cuenta en Twitter. Sus retratos desde los ángulos más desinformados y desafortunados también distorsionan. A veces he estado en los mismos lugares y momentos que un teléfono descerebrado encendido y con cuenta en YouTube.  Lo que éste registra y propaga no es necesariamente lo que sucede. No cualquiera con un iPhone en la mano es Ryszard Kapuściński.
Kapuściński nos contaba el mundo tal cual era. Lo que no comprendo de él es cómo, siendo un sagaz observador, un verdadero periodista y un cronista tan extraordinariamente dotado, llegó a México asumiendo que era verdad cualquier cosa que le contaran sus funcionarios de cultura y sus intelectuales subvencionados por el gobierno. Pienso: si es usted un sagaz reportero de visita a un país tan corrupto como el nuestro, en el que un conocido narcotraficante se escapa de la prisión en motocicleta por un túnel con rieles, ¿usted creería que los periodistas y escritores más premiados son los más confiables? ¿O los mejores?
¿No sospecharía que, en un universo donde los estudiantes rurales desarmados son masacrados impunemente y desaparecidos sin que se sepa nada de ellos durante diez meses, tal vez también el periodismo y la producción editorial pueden estar incorporados a ese sistema? Si usted se encuentra en semejante territorio, digamos, con directores de periódicos famosos, que le presentan a una serie de intelectuales como “lo más granado de la nación”, ¿les cree? ¿No corrobora segundas fuentes? Es asombroso que Kapuściński tenga ojos suspicaces para Etiopía, pero no para México. Con nosotros se tragó la píldora completita: a Elena Poniatowska le dio un trato de colega a pesar de que la calidad de cualesquiera de los libros de la multipremiada periodista dista muchísimo de la de El Sha El Emperador.
Por alguna razón a la gente no sólo le gusta creer en la propaganda, sino en los propagandistas de alcurnia. Los británicos se precian de ser objetivos, pero nada objetaron de la cuestionable lista de escritores “representativos de nuestro país” elegidos para la Feria del Libro de Londres dedicada este año a México, por ejemplo.  Como si en un país controlado por el narcotráfico los intelectuales se rigieran por un sistema completamente al margen, ajeno a la cultura de las pandillas, los sobornos, las extorsiones y los asesinatos ordenados desde el poder… aunque sean solamente metafóricos.
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Publicado originalmente en La Digna Metáfora.

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