sábado, 2 de febrero de 2013

Antipostales de Nueva York



Los espejismos de la equidad y de Instagram*

Malú Huacuja del Toro

Los vendavales de Nueva York a temperaturas que congelan el alma no aparecen en los mapas de Google, ni en Facebook. En eso estoy pensando mientras mis pasos con botas de moños azules que yo misma confeccioné recorren las calles infinitamente fotografiadas por GPS, por películas, teleseries, noticieros y por los millones de imágenes para Instagram de turistas, pero en donde no se marcará este instante de júbilo silencioso. En principio, porque una fotografía digital no podría captar qué tan excéntrico es lo que estoy haciendo en la ciudad donde lo excéntrico es normal.
Ni lo que voy pensando, que es que en mi país salió libre un preso político zapatista a falta de pruebas incriminatorias, pero la atención pública se vuelca sobre la liberación de una francesa que fue novia durante un año de un secuestrador, pero que se las ingenió para no enterarse de lo que hacía su pareja ni de lo peligroso que es lidiar en esos casos con el corrupto sistema judicial mexicano.
Así que ni siquiera ahí podrían criticarme de hacer algo tan poco común como los moños de mi calzado.
          Y lo que hago es llevar un regalo para los trabajadores mexicanos que, con el apoyo de Occupy Wall Street, lograron formar un sindicato independiente en una industria con un blindaje legaloide antisindical más efectivo que el del corporativismo charro mexicano (si es que eso es posible): la de servicios. Estos ex huelguistas recibieron a la caravana de Javier Sicilia el año pasado en Zuccotti Park. Por eso los recuerdo y les quiero obsequiar algo útil. El regalo de felicitación es una tarjeta de pasajes del metro, que ya son bastante costosos, y que el multimillonario alcalde piensa encarecer aún más este año. Tampoco aparecerán en los mapas de Google los muñecos gigantes de Occupy adentro de los vagones del metro en protesta contra el alza a los precios del transporte público, ni las movilizaciones que continúan entre los escombros de la modernidad y los restos del huracán. Se sabe ya que la alerta de los cambios climáticos a las puertas del centro financiero del mundo, Wall Street, no hizo sino activar más los planes de levantar una ciudad amurallada y flotante —como Rotterdam, sugieren los “expertos” arquitectos—, para los magnates, donde el único mexicano que quepa quizás sea Carlos Slim. Por eso me dirijo a darles un abrazo en su primera semana de vuelta al trabajo a los mexicanos que se niegan a bajarse de la barca y a ahogarse como se les ordena en la tempestad de dinero. Y no, señores periodistas defensores del poder de Slim: esto que estoy haciendo no lo puedo “comprobar”.
          Les garantizo que nada de lo que se ha reflexionado en las asambleas de la resistencia se los puedo “documentar” (como se llama hoy al procedimiento de aturdir al lector, con una sintaxis más confusa que la de Monsiváis, atiborrando el texto de enlaces a páginas de opinión, tuits y fotos tan confiables como la del presidente Chávez en el hospital que apareció recientemente en El País). Además, ni yo misma podría explicar cómo, a pesar de la infiltración policíaca y el desprestigio, este movimiento sigue resistiendo y contando con la aportación de luchadores norteamericanos extraordinarios.
          No existe, por ejemplo, una fotografía digital que reproduzca en las redes sociales lo que en un grupo de Occupy se ha discutido sobre la “parcialidad de la equidad”. Esto es, que en la llamada “tierra de las oportunidades” no se puede considerar que cualquiera recibe idénticos derechos cuando la repartición es igualitaria. Si el derecho a tomar la palabra se distribuye de manera justa en nuestras sociedades profundamente injustas, cumple con el cruel propósito adicional de “demostrar que hubo justicia porque a todos se les dio la misma oportunidad”, sin tomar en cuenta el nivel de escolaridad de esa persona, su color de piel, la zona de la ciudad donde creció, su nacionalidad, su idioma natal, su género, su profesión u oficio. El exceso de tiempo para hablar de un académico o un político que está acostumbrado a tener público no es el mismo que el de quien tiene mucho qué decir y nunca puede hablar. En suma —concluimos en nuestra agrupación de trabajo de Occupy—, que cuando decimos que “a todos se les da el mismo tiempo para expresarse, medido con cronómetro”, en un encuentro en el que destacan abismales diferencias económicas, raciales y culturales entre los asistentes, no estamos siendo justos. No realmente.
Lo sabe el alcalde Bloomberg cuando habla de “justicia”.
Lo saben en México los guardaespaldas periodistas de Aguilar Camín cuando alegan “imparcialidad” y “objetividad”. ¿O habrá que olvidar aquel hilarante debate sobre “cuota de género en los medios editoriales mexicanos” llevado a cabo en foros donde sólo participaban los hombres: entre ellos resolvieron la inequidad, entre ellos se felicitaron por ser incluyentes y entre ellos llegaron a la conclusión de que las mujeres mexicanas no publicamos más porque no queremos publicar? ¿Habrá que olvidar que en el México de los años 80 y 90, tanto la derecha ilustrada que participó en esa discusión como la izquierda electoral que controla las editoriales sólo aceptaban destacar a una escritora mujer en sus publicaciones, y de ambos lados francesa: Fabienne Bradu en Vuelta y Elena Poniatowska en La Jornada? (Sí: nuestra capacidad de privilegiar la atención sobre mujeres francesas, para bien o para mal, da para un psicoanálisis colectivo.)
Por eso, la repartición equitativa implica injusticia hacia quienes menos han tenido. Y es también por ello que nunca funciona la ecuación que tramposamente pregunta: ¿y por qué a los hombres no? ¿Por qué a los blancos no? ¿Por qué a los heterosexuales no?
Nada de esto aparecerá en el mapa de Google ni en YouTube.
Por eso, entre otros motivos, estoy enviando una antipostal. Usted no puede pegarla en Facebook, pero sí puede verla, aunque no demostrarla y menos con enlaces a otros sitios electrónicos.

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*Publicado en la sección cultural del periódico El Financiero este martes.

1 comentario:

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