domingo, 10 de julio de 2011

Pérez-Reverte, "guionista" (que no "guionisto"): ¿"plagió" o "plagia"?

A Pedro López Valles, ¿seudónimo (que no “seudonima”)?
Tomé esta fotografía en el Museo Metropolitano de Nueva York pensando en los aprendices, y muy especialmente, en Sealtiel Alatriste. Como director de la Editorial Alfaguara, Alatriste dedicó gran parte de su tiempo a legitimar en México a quienes, en el equivalente a literatura, pintan como el del cuadro de enfrente, pero que “valen” porque son los que están “en primer plano”. En la foto, “en segundo plano” se encuentra una de las visiones apocalípticas que El Greco no llegó a completar. Es el original de la pintura titulada La visión de San Juan. En rigor, ninguno de los dos cuadros está terminado: ni el del aprendiz ni el del fragmento de retablo del portentoso pintor, pero sólo uno es el original. Sería absurdo pensar que “el de enfrente” vale más que “el de atrás” sólo por su ubicación. Sin embargo, la labor de promoción editorial enarbolada en México —así como en España— en la década de los 90, que en este nuevo siglo heredamos, se concentró en gran parte a ese equivalente como objetivo: poner “a la vista” el producto de los protegidos y amigos personales, en detrimento de la calidad.
          Desde aquellas épocas del salinato, Pérez-Reverte debe mucho a Sealtiel Alatriste, actual coordinador de Difusión Cultural de la UNAM. En su honor nombró al protagonista de la colección Las aventuras del Capitán Alatriste, con lo que contribuyó en nuestro país a la creación del libro como objeto para el tráfico de influencias, más que como soporte físico de una novela. El librobjetotraficante estofado de nombres de los amigos poderosos en el medio editorial, para poner corchos en una historia llena de agujeros. Esto es precisamente lo que le permitió a Pérez-Reverte perpetrar y promover en México La reina del sur (Alfaguara, 2002), una historia que, como ahora desafortunadamente hemos podido comprobar, trata sobre una narca que poco se parece a las mujeres narcotraficantes (y a las prostitutas), por más series de televisión mexicanas y españolas que le produzcan.
          El poder político y mercantil de Pérez-Reverte lo rodea de impunidad hasta cuando se plagia un guión, es acusado y pierde  (ver http://www.proceso.com.mx/?p=271765, sobre un caso de plagio de Arturo Pérez-Reverte que se llevó 10 años, pero del que la prensa no habla por miedo a su influencia en la industria editorial y periodística). Aunque no existen pruebas, no es difícil deducir cómo fue que lo aceptaron en la Real Academia Española. No contento con “elevar la estupidez a la categoría de norma” (Pérez—Reverte dixit) creando personajes femeninos mexicanos estúpidos y promoviéndolos como paradigmas, en la preparación de la actual y muy criticada nueva edición de la Ortografía española, Pérez-Reverte dedicó gran parte de su trabajo (es un decir) a pelear en contra de la utilización del femenino y el masculino, acuñando el término feminazis para las feministas “oportunistas, crecidas por el silencio de los borregos” que necesitan “justificar su negocio de subvenciones e influencias”*. O sea: idénticas al propio Pérez-Reverte, pues él también en México, en complicidad con Sealtiel Alatriste, creció “por el silencio de los borregos” y justificó su “negocio de influencias” con novelas cuya manufactura no correspondía a la apoteósica cobertura de prensa que recibieron.
          Es tanto el poder que detenta que nadie lo puede enfrentar ni cuestionar sin perder algo, ni en México, ni en España, ni en Estados Unidos. Pero como reyezuelo de la Real Academia Española que es, se le habría agradecido que siquiera trabajara y dedicara su tiempo a mejorar las inoperantes reglas de acentuación que ahora  —por culpa de gente como él y los honorables miembros del club que lo hizo ingresar a la Academia—, afectan a cuatrocientos millones de hispanohablantes. Tan cuestionable fue su labor que otros poderosos compadres suyos se quejaron en la Feria del Libro de Guadalajara y no hubo más remedio que proclamar muchas de esas reglas “opcionales”. Habría sido más provechoso que un político al que ni la acusación probada de plagio perjudica, con tal capacidad de influencia probada, hubiera dedicado su tiempo y su poderío a evitar la nueva ortografía inútil, más que a pelearse contra las mujeres feministas y a empuñar la bandera del genérico. 

*Fuente: http://www.viajeros.dyndns.info/blog/?p=2760
Nota: La fotografía es mala porque es mía. No soy fotógrafa.



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